(Del comentario de san Agustín, obispo, sobre el salmo 147)
Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. Luego existe otra vida. Que cada cual interrogue al Cristo de su fe: pero la fe duerme. Con razón fluctúas, pues Cristo duerme en la barca. Dormía efectivamente Jesús en la barca, y la barca desaparecía entre las olas encrespadas. Fluctúa, pues, el corazón cuando Cristo duerme. Cristo está siempre en vela. ¿Qué significa entonces: «Cristo duerme?» Que duerme tu fe. ¿Por qué eres todavía zarandeado por la tempestad de la duda? Despierta a Cristo, despierta a tu fe: mira la vida futura con los ojos de la fe; por esa vida has creído tú, por esa vida has sido signado tú con la señal de aquel que vivió esta vida para mostrarte lo despreciable que es la vida que amabas y cuán deseable es la vida en la que tú no creías.
Si, pues, despertares la fe y fijares los ojos de la fe en las realidades últimas y en los goces del siglo futuro de que disfrutaremos a raíz de la segunda venida del Señor, una vez celebrado el juicio, después de haber entregado el reino a los santos; si pensares en aquella vida y en el ocioso negocio de aquella vida, del que con frecuencia os hemos hablado, carísimos, entonces no zozobrará nuestro negocio, nuestro ocioso negocio lleno de una dulzura sin igual, no interrumpido por molestia alguna, no condicionado por la fatiga, no mediatizado por nube alguna.
Y ¿cuál será nuestro negocio? Alabar a Dios, amarle y alabarle; alabarle en el amor, amarle en las alabanzas. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. ¿Porqué razón, sino porque estarán amándote siempre? ¿Por qué razón, sino porque estarán viéndote siempre? Esto supuesto, hermanos míos, ¿cuál será el espectáculo que se nos ofrecerá en la visión de Dios? Nosotros, hermanos, si no perdemos de vista nuestra condición de miembros suyos, si le ansiamos, si perseveramos, lo veremos y nos gozaremos. Aquella ciudad estará compuesta por ciudadanos ya purificados, y no se admitirá en ella a ningún sedicioso o turbulento; aquel enemigo que, por envidia, hace ahora todo lo posible para que no lleguemos a la patria, allí no podrá acechar a ninguno, pues ni siquiera se le permitirá el acceso a ella. En efecto, si ahora es excluido del corazón de los creyentes, ¿cómo no va a ser excluido de la ciudad de los vivientes? ¿Qué no será, hermanos, qué no será —os pregunto— vivir en aquella ciudad, si simplemente hablar de ella reporta tanto gozo?
Hemos de preparar nuestros corazones para esta vida futura; quien dispone su corazón para la vida futura, desprecia totalmente la presente; y, despreciada ésta, podrá esperar tranquilo el día que el Señor nos amonestó a esperar con temor.
Si, pues, despertares la fe y fijares los ojos de la fe en las realidades últimas y en los goces del siglo futuro de que disfrutaremos a raíz de la segunda venida del Señor, una vez celebrado el juicio, después de haber entregado el reino a los santos; si pensares en aquella vida y en el ocioso negocio de aquella vida, del que con frecuencia os hemos hablado, carísimos, entonces no zozobrará nuestro negocio, nuestro ocioso negocio lleno de una dulzura sin igual, no interrumpido por molestia alguna, no condicionado por la fatiga, no mediatizado por nube alguna.
Y ¿cuál será nuestro negocio? Alabar a Dios, amarle y alabarle; alabarle en el amor, amarle en las alabanzas. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. ¿Porqué razón, sino porque estarán amándote siempre? ¿Por qué razón, sino porque estarán viéndote siempre? Esto supuesto, hermanos míos, ¿cuál será el espectáculo que se nos ofrecerá en la visión de Dios? Nosotros, hermanos, si no perdemos de vista nuestra condición de miembros suyos, si le ansiamos, si perseveramos, lo veremos y nos gozaremos. Aquella ciudad estará compuesta por ciudadanos ya purificados, y no se admitirá en ella a ningún sedicioso o turbulento; aquel enemigo que, por envidia, hace ahora todo lo posible para que no lleguemos a la patria, allí no podrá acechar a ninguno, pues ni siquiera se le permitirá el acceso a ella. En efecto, si ahora es excluido del corazón de los creyentes, ¿cómo no va a ser excluido de la ciudad de los vivientes? ¿Qué no será, hermanos, qué no será —os pregunto— vivir en aquella ciudad, si simplemente hablar de ella reporta tanto gozo?
Hemos de preparar nuestros corazones para esta vida futura; quien dispone su corazón para la vida futura, desprecia totalmente la presente; y, despreciada ésta, podrá esperar tranquilo el día que el Señor nos amonestó a esperar con temor.