El Señor mandó que todo se hiciese en paz y concordia

(De los comentarios sobre los salmos de San Agustín, obispo)

El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel. Ved al Señor reconstruyendo Jerusalén, reuniendo a los deportados de su pueblo. Porque pueblo es Jerusalén y pueblo es Israel. Existe una Jerusalén eterna en los cielos, en la que también los ángeles son ciudadanos. Todos los ciudadanos de aquella ciudad gozan de la visión de Dios en aquella ciudad grande, espaciosa, celeste; para ellos el espectáculo es Dios mismo.

En cuanto a nosotros, vivimos desterrados de aquella ciudad: expulsados por el pecado para que no permaneciéramos en ella, y gimiendo bajo la carga de la mortalidad para que no volviéramos a ella. Fijóse Dios en nuestro destierro, y él, que reconstruye Jerusalén, restauró la parte derrumbada. ¿Que cómo la restauró? Reuniendo a los deportados de Israel. En efecto, cayó una parte y se convirtió en peregrina: Dios la miró con misericordia y salió en busca de quienes no le buscaban. ¿Cómo los buscó? ¿A quién envió a nuestro cautiverio? Envió al Redentor, según lo que dice el Apóstol: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Envió, pues, a nuestro cautiverio a su Hijo como Redentor. Lleva contigo, le dice, la alforja, y mete en ella el precio de los cautivos. Y efectivamente, se revistió de la mortalidad de la carne, en la que estaba la sangre, cuya efusión nos redimió. Con aquella sangre reunió a los deportados de Israel. Y si un día él reunió a los dispersos, ¿qué solicitud no deberemos desplegar ahora para que se congreguen los dispersos? Y si los dispersos fueron reunidos para que, de mano del artífice, entraran a formar parte del edificio, ¿cómo no deberán ser recogidos quienes, por impaciencia, cayeron en mano del artífice? El Señor reconstruye Jerusalén. A éste es a quien alabamos, a éste es a quien debemos alabar durante toda nuestra vida. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.

¿Cómo los reúne? ¿Qué hace para reunirlos? Él sana los corazones destrozados. Fíjate cómo se reúne a los deportados de Israel para sanar a los de corazón destrozado. Sana, pues, a los de corazón humillado, sana a los que confiesan las propias culpas, sana a quienes en sí mismos se castigan juzgándose con severidad, con el fin de hacerse capaces de experimentar su misericordia. A estos tales los sana; pero la total recuperación de la salud sólo se efectúa una vez que se haya superado la mortalidad, cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad; cuando ya ninguna debilidad de la carne nos incitará, no ya al consentimiento, pero es que ni siquiera a la sugestión de la carne. El cuerpo, ciertamente —dice el Apóstol—, está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Esta es la garantía que ha recibido nuestro espíritu, a fin de que comencemos a servir a Dios en la fe, y, por la fe, seamos denominados justos, ya que el justo vive de fe.

Y todo lo que de momento lucha contra nosotros y nos opone resistencia es un producto derivado de la mortalidad de la carne. Vivificará —dice— también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros Para esto nos dio las arras, para obligarse a cumplir lo prometido. Porque, ¿qué puede hacer ahora en esta vida, cuando todavía somos confesores y aún no posesores? ¿Qué hará en esta vida? ¿Cómo se realizará la curación? Él sana los corazones destrozados Pero la total recuperación de la salud no se efectuará hasta el momento que dijimos. Y ahora, ¿qué? Venda las heridas. Que es como si dijera: el que sana los corazones destrozados, cuya total recuperación no se efectuará hasta la resurrección de los justos, de momento venda las heridas.