(Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo)
En Cristo todas las cosas se renovaron. Lo confirma san Pablo, cuando escribe: El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado. Escribe también a los llamados al nuevo género de vida, es decir, a la vida según el espíritu: Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Hemos, pues, sido renovados en Cristo por la santificación, habiendo regresado por él y en él a la antigua belleza de la naturaleza, es decir, de aquella naturaleza que fue plasmada a imagen del que la creó. Y, depuesto el pecado y toda viciosa costumbre, se nos instruye en orden al nuevo género de vida y como echando mano de ciertos rudimentos, nos despojamos de la vieja condición humana corrompida al soplo de las concupiscencias del error, y nos revestimos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador.
Por lo demás, en Cristo se operó la reforma y la llamada nueva criatura: novedad que nos viene no de una semilla corruptible, sino de la palabra de Dios viva y permanente. Pues bien, este pueblo, congregado de los cuatro puntos cardinales y que lleva mi nombre, no fue una persona cualquiera, sino que he sido yo el que, por mi gloria, lo he creado, lo he formado, lo he hecho.
Y precisamente en función de la gloria de Dios Padre, nos es lícito hablar del Hijo, pues por él y en él es el Padre gloriosamente exaltado, según aquello: Yo te he glorificado sobre la tierra, como expresamente dice el mismo Hijo. Que quienes creemos en Cristo hemos sido formados por él, lo sabemos con tanta mayor certeza cuanto que somos imagen suya y poseemos la belleza de la naturaleza divina, que resplandece en nuestras almas.
Algo por el estilo dijo también el divino salmista: Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor. Y al añadir: Saqué a un pueblo ciego, muestra claramente la superioridad de su poder, realmente admirable y que ningún discurso humano puede explicar. Hubo, efectivamente, un tiempo en que a aquellos cuya mente y cuyo corazón estaban envueltos en la niebla y en el error de la diabólica perversidad, a éstos los convirtió en luminosos y radiantes, naciendo para ellos cual un lucero o como el sol de justicia, y haciendo de ellos no ya hijos de la noche y de las tinieblas, sino más bien de la luz y del día, según la afirmación del sapientísimo Pablo.
Que sacó a un pueblo ciego, no hay mortal que se atreva a dudarlo. Y así como, cuando vivían en el error, estaban envueltos en inmensas y profundas tinieblas, así ahora su naturaleza se revistió de un nuevo esplendor y se convirtió en extraordinariamente blanca y luminosa. Es exactamente lo que dijo Pablo: Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia.