(De los sermones de san Cesáreo de Arlés)
El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz. Parece duro, carísimos hermanos, y se considera como grave lo que en el evangelio mandó el Señor, diciendo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo. Pero no es duro lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena.
Y ¿a dónde hay que seguir a Cristo, sino a donde Cristo ha ido? Sabemos, en efecto, que resucitó, que subió al cielo: allá hay que seguirlo. No hay que ceder a la desesperanza, y no porque el hombre sea capaz de algo, sino porque él lo ha prometido. Muy lejano nos quedaba el cielo, hasta que nuestra cabeza subió al cielo. Pero ahora, ¿cómo vamos a desesperar llegar allí, si somos miembros de aquella cabeza? Y ¿por qué razón? Pues porque la tierra es campo del miedo y del dolor: sigamos a Cristo donde está la felicidad suma, la suma paz, la eterna seguridad.
Sólo que quien desee seguir a Cristo ha de prestar oído a lo que dice el Apóstol: Quien dice que permanece en Cristo, debe vivir como él vivió. ¿Quieres seguir a Cristo? Sé humilde como él lo fue: no desprecies su humildad, si deseas alzarte a su sublimidad. El camino se volvió escabroso al pecar el hombre; pero se ha vuelto transitable desde que Cristo, al resucitar, lo allanó, y de estrechísimo sendero se ha convertido en calzada real. Por esta calza-da se corre con los pies gemelos de la humildad v-de la caridad. Aquí todos aspiran a las cimas de la caridad: pero el primer peldaño es la humildad. ¿A qué viene eso de quemar etapas? Quieres caer, no ascender. Empieza por el primer peldaño, el de la humildad, y ya comenzaste la ascensión.
Por eso, nuestro Señor y salvador no se contentó con decir: Que se niegue a sí mismo, sino que añadió: Que cargue con su cruz y me siga. ¿Qué significa: Que cargue con su cruz? Soporte cualquier molestia: y así que me siga. Bastará que se ponga a seguirme imitando mi vida y cumpliendo mis preceptos, para que al punto aparezcan muchos contradictores, muchos que intenten impedírselo; hallará no sólo muchos que se burlen de él, sino también muchos perseguidores. Y esto, no sólo entre los paganos, sino incluso entre aquellos que, con el cuerpo, parecen estar dentro de la Iglesia, pero que en realidad están fuera por la perversidad de las obras, y, blasonando únicamente del nombre de cristianos, no cejan de perseguir a los buenos cristianos. Por tanto, si tú deseas seguir a Cristo, toma en seguida su cruz: soporta a los malos, mantente firme.
Así pues, si queremos cumplir lo que dijo el Señor: El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga, esforcémonos en poner en práctica, con la ayuda de Dios, lo que dice el Apóstol: Teniendo qué comer y qué vestir nos basta; no nos ocurra que apeteciendo los bienes terrenos más allá de la estricta necesidad, busquemos enriquecernos, nos enredemos en mil tentaciones, nos creemos necesidades absurdas y nocivas, que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Que el Señor se digne librarnos con su protección de semejante tentación, él que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz. Parece duro, carísimos hermanos, y se considera como grave lo que en el evangelio mandó el Señor, diciendo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo. Pero no es duro lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena.
Y ¿a dónde hay que seguir a Cristo, sino a donde Cristo ha ido? Sabemos, en efecto, que resucitó, que subió al cielo: allá hay que seguirlo. No hay que ceder a la desesperanza, y no porque el hombre sea capaz de algo, sino porque él lo ha prometido. Muy lejano nos quedaba el cielo, hasta que nuestra cabeza subió al cielo. Pero ahora, ¿cómo vamos a desesperar llegar allí, si somos miembros de aquella cabeza? Y ¿por qué razón? Pues porque la tierra es campo del miedo y del dolor: sigamos a Cristo donde está la felicidad suma, la suma paz, la eterna seguridad.
Sólo que quien desee seguir a Cristo ha de prestar oído a lo que dice el Apóstol: Quien dice que permanece en Cristo, debe vivir como él vivió. ¿Quieres seguir a Cristo? Sé humilde como él lo fue: no desprecies su humildad, si deseas alzarte a su sublimidad. El camino se volvió escabroso al pecar el hombre; pero se ha vuelto transitable desde que Cristo, al resucitar, lo allanó, y de estrechísimo sendero se ha convertido en calzada real. Por esta calza-da se corre con los pies gemelos de la humildad v-de la caridad. Aquí todos aspiran a las cimas de la caridad: pero el primer peldaño es la humildad. ¿A qué viene eso de quemar etapas? Quieres caer, no ascender. Empieza por el primer peldaño, el de la humildad, y ya comenzaste la ascensión.
Por eso, nuestro Señor y salvador no se contentó con decir: Que se niegue a sí mismo, sino que añadió: Que cargue con su cruz y me siga. ¿Qué significa: Que cargue con su cruz? Soporte cualquier molestia: y así que me siga. Bastará que se ponga a seguirme imitando mi vida y cumpliendo mis preceptos, para que al punto aparezcan muchos contradictores, muchos que intenten impedírselo; hallará no sólo muchos que se burlen de él, sino también muchos perseguidores. Y esto, no sólo entre los paganos, sino incluso entre aquellos que, con el cuerpo, parecen estar dentro de la Iglesia, pero que en realidad están fuera por la perversidad de las obras, y, blasonando únicamente del nombre de cristianos, no cejan de perseguir a los buenos cristianos. Por tanto, si tú deseas seguir a Cristo, toma en seguida su cruz: soporta a los malos, mantente firme.
Así pues, si queremos cumplir lo que dijo el Señor: El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga, esforcémonos en poner en práctica, con la ayuda de Dios, lo que dice el Apóstol: Teniendo qué comer y qué vestir nos basta; no nos ocurra que apeteciendo los bienes terrenos más allá de la estricta necesidad, busquemos enriquecernos, nos enredemos en mil tentaciones, nos creemos necesidades absurdas y nocivas, que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Que el Señor se digne librarnos con su protección de semejante tentación, él que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.