(Texto de san Juan Crisóstomo, obispo)
¿Hay algo más grande que el reino de los cielos y más pequeño que un grano de mostaza? ¿Cómo ha podido Cristo comparar la inmensidad del reino de los cielos con esta pequeñísima semilla tan fácil de medir? Pero si examinamos bien las propiedades del grano de mostaza, hallaremos que el parangón es perfecto y muy apropiado.
¿Qué es el reino de los cielos sino Cristo en persona? En efecto, Cristo dice refiriéndose a sí mismo: Mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros. Y ¿hay algo más grande que Cristo según su divinidad, hasta el punto de que hemos de oír al profeta que dice: Él es nuestro Dios y no hay otro frente a él: investigó el camino del saber y se lo dio a su hijo Jacob, a su amado, Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres?
Pero, asimismo, ¿hay algo más pequeño que Cristo según la economía de la encarnación, que se hizo inferior a los ángeles y a los hombres? Escucha a David explicar en qué se hizo menor que los ángeles: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles. Y que David dijo esto de Cristo, te lo interpreta Pablo, cuando dice: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.
¿Cómo se ha hecho al mismo tiempo reino de los cielos y grano? ¿Cómo pueden ser lo mismo el pequeño y el grande? Pues porque en virtud de su inmensa misericordia para con su criatura, se puso al servicio de todos, para ganarlos a todos. Por su propia naturaleza era Dios, lo es y lo será, y se ha hecho hombre por nuestra salvación. ¡Oh grano por quien fue hecho el mundo, por quien fueron disipadas las tinieblas y renovada la Iglesia! Este grano, suspendido de la cruz, tuvo tal eficacia que, aun cuando él mismo estaba clavado, con sola su palabra raptó al ladrón del madero y lo trasladó a las delicias del paraíso; este grano, herido por la lanza en el costado, destiló para los sedientos una bebida de inmortalidad; este grano de mostaza, bajado del madero y depositado en el huerto, cubrió toda la tierra con sus ramas; este grano, depositado en el huerto, hincó sus raíces hasta el infierno, y tomando consigo las almas que allí yacían, en tres días se las llevó al cielo.
Por tanto, el reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y lo sembró en su huerto. Siembra este grano de mostaza en el huerto de tu alma. Si tuvieres este grano de mostaza en el huerto de tu alma, te dirá también a ti el profeta: Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña.
Y si quisiéramos discutir más a fondo este tema, descubriríamos que la parábola le compete al mismo Salvador. En efecto, él es pequeño en apariencia, de una breve vida en este mundo, pero grande en el cielo. El es el Hijo del hombre y Dios, por cuanto es Hijo de Dios; supera todo cálculo: es eterno, invisible, celestial, que es comido únicamente por los creyentes; fue triturado y, después de su pasión, se volvió tan blanco como la leche; éste es más alto que todas las hortalizas; él es el indivisible Verbo del Padre; éste es en quien los pájaros del cielo, es decir, los profetas, los apóstoles y cuantos han sido llamados pueden cobijarse; éste es quien con su propio calor cura los males de nuestra alma; bajo este árbol somos cubiertos de rocío y protegidos de los ardores de este mundo; éste es el que al morir fue sembrado en la tierra y allí fructificó; y al tercer día resucitó a los santos sacándolos de los sepulcros; éste es el que por su resurrección apareció como el más grande de todos los profetas; éste es el que conserva todas las cosas mediante el Aliento que procede del Padre; éste es el que sembrado en la tierra creció hasta el cielo, el que sembrado en su propio campo, es decir, en el mundo, ofreció al Padre todos cuantos creían en él. ¡Oh semilla de vida sembrada en la tierra por Dios Padre! ¡Oh germen de inmortalidad que reconcilias con Dios a los mismos que tú alimentas! Diviértete bajo este árbol y danza con los ángeles, glorificando al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
¿Qué es el reino de los cielos sino Cristo en persona? En efecto, Cristo dice refiriéndose a sí mismo: Mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros. Y ¿hay algo más grande que Cristo según su divinidad, hasta el punto de que hemos de oír al profeta que dice: Él es nuestro Dios y no hay otro frente a él: investigó el camino del saber y se lo dio a su hijo Jacob, a su amado, Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres?
Pero, asimismo, ¿hay algo más pequeño que Cristo según la economía de la encarnación, que se hizo inferior a los ángeles y a los hombres? Escucha a David explicar en qué se hizo menor que los ángeles: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles. Y que David dijo esto de Cristo, te lo interpreta Pablo, cuando dice: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.
¿Cómo se ha hecho al mismo tiempo reino de los cielos y grano? ¿Cómo pueden ser lo mismo el pequeño y el grande? Pues porque en virtud de su inmensa misericordia para con su criatura, se puso al servicio de todos, para ganarlos a todos. Por su propia naturaleza era Dios, lo es y lo será, y se ha hecho hombre por nuestra salvación. ¡Oh grano por quien fue hecho el mundo, por quien fueron disipadas las tinieblas y renovada la Iglesia! Este grano, suspendido de la cruz, tuvo tal eficacia que, aun cuando él mismo estaba clavado, con sola su palabra raptó al ladrón del madero y lo trasladó a las delicias del paraíso; este grano, herido por la lanza en el costado, destiló para los sedientos una bebida de inmortalidad; este grano de mostaza, bajado del madero y depositado en el huerto, cubrió toda la tierra con sus ramas; este grano, depositado en el huerto, hincó sus raíces hasta el infierno, y tomando consigo las almas que allí yacían, en tres días se las llevó al cielo.
Por tanto, el reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y lo sembró en su huerto. Siembra este grano de mostaza en el huerto de tu alma. Si tuvieres este grano de mostaza en el huerto de tu alma, te dirá también a ti el profeta: Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña.
Y si quisiéramos discutir más a fondo este tema, descubriríamos que la parábola le compete al mismo Salvador. En efecto, él es pequeño en apariencia, de una breve vida en este mundo, pero grande en el cielo. El es el Hijo del hombre y Dios, por cuanto es Hijo de Dios; supera todo cálculo: es eterno, invisible, celestial, que es comido únicamente por los creyentes; fue triturado y, después de su pasión, se volvió tan blanco como la leche; éste es más alto que todas las hortalizas; él es el indivisible Verbo del Padre; éste es en quien los pájaros del cielo, es decir, los profetas, los apóstoles y cuantos han sido llamados pueden cobijarse; éste es quien con su propio calor cura los males de nuestra alma; bajo este árbol somos cubiertos de rocío y protegidos de los ardores de este mundo; éste es el que al morir fue sembrado en la tierra y allí fructificó; y al tercer día resucitó a los santos sacándolos de los sepulcros; éste es el que por su resurrección apareció como el más grande de todos los profetas; éste es el que conserva todas las cosas mediante el Aliento que procede del Padre; éste es el que sembrado en la tierra creció hasta el cielo, el que sembrado en su propio campo, es decir, en el mundo, ofreció al Padre todos cuantos creían en él. ¡Oh semilla de vida sembrada en la tierra por Dios Padre! ¡Oh germen de inmortalidad que reconcilias con Dios a los mismos que tú alimentas! Diviértete bajo este árbol y danza con los ángeles, glorificando al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.