(Escrito de Orígenes, presbítero)
Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable.
Ahora Pablo exhorta a los creyentes en Cristo a que presenten sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Llama viva a la hostia portadora de vida, es decir, de Cristo, y dice: Llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne. La llama santa porque en ella inhabita el Espíritu Santo. Agradable a Dios , como separada de vicios y pecados. Todo esto constituye el culto razonable a Dios . De un culto semejante puede darse razón y demostrarse que es digno de Dios la inmolación de tales hostias. En cambio, ninguna razón recta y honesta consentirá en ofrecer al Dios inmortal e incorpóreo carneros, cabritos y becerros.
Resulta, pues, evidente que la hostia viva, santa, agradable a Dios es un cuerpo incontaminado. Y si bien en la Iglesia la primera hostia, después de los apóstoles, parece ser la de los mártires, la segunda la de las vírgenes y la tercera la de los continentes, pienso, sin embargo, que no se puede negar que también los que viven en el matrimonio y de común acuerdo y por cierto tiempo se dedican a la oración, si en lo demás se comportan con santidad y justicia, pueden asimismo ofrecer sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Así pues, todos los miembros de la Iglesia se ofrecen y consuman la hostia viva, santa, agradable a Dios, que ha de ser presentada de una manera razonable.
Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Nos transformamos por la renovación de la mente ejercitándonos en la sabiduría, meditando la palabra de Dios y tratando de captar el sentido espiritual de su ley; y cuanto más provecho saca de la lectura diaria de las Escrituras, cuanto más penetra en ellas, tanto más se renueva según un proceso ininterrumpido y cotidiano. Dudo que pueda transformarse por la renovación de la mente el que se muestra perezoso en la lectura de las Escrituras y en el ejercicio de la inteligencia espiritual, que le capacite no sólo para entender lo que está escrito, sino para explicarlo con mayor claridad y comunicarlo con más diligencia.
Y ciertamente que si la mente no ha sido renovada para un conocimiento pleno e iluminada totalmente por la sabiduría de Dios, no podrá discernir lo que es voluntad de Dios, pues muchas veces confundimos la voluntad de Dios con lo que no es. Y en esto yerran y se equivocan precisamente los que no han renovado su mente. Porque realmente es privativo no de cualquier mente, sino sólo de una mente muy renovada y transformada ya según la imagen de Dios, discernir en cada una de las cosas que hacemos, hablamos y pensamos lo que es voluntad de Dios; así como el no hacer, decir o pensar cosa alguna que viere no sintonizar con la voluntad de Dios.