(Texto de san Juan Crisóstomo, obispo)
Y todo esto se te ha concedido en atención a lo que parecía molesto: y todo aquello que tú considerabas deshonroso: cruz, las torturas, las cadenas, fue lo que restableció el orden en todo el mundo. Y así como él se sirvió de su pasión, es decir de aquello que se presentaba como sufrimiento, para restablecer la libertad y la salvación de toda la naturaleza humana, así obra contigo: cuando sufres, se sirve de este sufrimiento para tu salvación y para tu gloria.
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién no está contra nosotros?, se pregunta. Pues hemos de admitir que todo el mundo, dictadores, pueblos, parientes y conciudadanos están contra nosotros. Sin embargo, todos esos que están contra nosotros están tan lejos de hacernos mal que hasta son agentes involuntarios de nuestras victorias y de los beneficios mil que nos vienen, pues la sabiduría de Dios troca sus asechanzas en salvación y gloria para nosotros.
Les pasó lo mismo a los apóstoles: judíos, paganos, falsos hermanos, príncipes, pueblos, hambre, pobreza y otras muchas cosas se pusieron en contra suya. Pero nada pudo contra ellos. Y lo más maravilloso era que todo esto les hacía más espléndidos, ilustres y dignos de alabanza ante Dios y los hombres. Por eso dice: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
Y no contento con lo dicho, te pone en seguida ante la mayor prueba de amor de Dios para con nosotros, prueba sobre la que insiste una y otra vez: la muerte del Hijo. No sólo —dice— nos justificó, nos glorificó y nos predestinó a ser imagen suya, sino que no perdonó a su Hijo por ti. Por eso añadió: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Cómo podrá abandonarnos quien por nosotros no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros? Piensa en el gran peso de bondad que supone no perdonar a su propio Hijo, sino entregarlo y entregarlo por todos, por los hombres viles, ingratos, enemigos y blasfemos. ¿cómo no nos dará todo con él? Es como decir: si nos ha dado a su Hijo, y no sólo nos lo ha dado, sino que lo entregó a la muerte, ¿cómo puedes dudar de lo demás, si has recibido al Señor? ¿Cómo puedes abrigar dudas respecto a las posesiones, poseyendo al Señor?