Mateo 13,44-52: Las Parábolas del Reino (2)


En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

-El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

El Reino de los Cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.

Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

-¿Entendéis bien todo esto?

Ellos le contestaron:

-Sí.

El les dijo:

-Ya veis, un letrado que entiende del Reino de los Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.

REFLEXIÓN:

El Antiguo Testamento habla de una nueva era mesiánica a ser instaurada por un descendiente del rey David. Es por ello que el pueblo judío, sometido a dominaciones sucesivas de los imperios extranjeros dominantes de turno, esperaba una manifestación decisiva de Dios para que restaurase el esplendor de los tiempos de aquellos primeros reinados propios. Al iniciar su predicación, Juan el Bautista exhortaba a la conversión ante la inminente llegada de ese Reino de Dios. Luego de siglos de espera, llegada la plenitud de los tiempos la expectación del  pueblo era latente. Es entonces que aparece Jesús quien viene precisamente a hacer presente el Reino en la tierra.

En el pasaje bíblico citado hoy, el Señor continúa con las llamadas "Parábolas del Reino". Esta exposición comenzó a orillas del lago teniendo una multitud como oyentes. Jesús empezó exponiendo las parábolas del sembrador que distribuyó simientes en diferentes tipos de terreno, del trigo sembrado que fue afectado por la cizaña plantada después por el enemigo, del minúsculo grano de mostaza que luego germina y crece enormemente, y de la levadura que fermenta haciendo crecer la masa de harina. Ahora el Maestro conversa en casa con sus discípulos y les formula otras tres parábolas complementando lo antes dicho a la muchedumbre.

El Reino del que se nos habla es diferente a los reinados opresores y pasajeros que se han sucedido a través de los tiempos, también es diferente a los poderes y liderazgos políticos actuales. La aceptación del Reino de Dios no es impuesta por la fuerza; éste es mas bien acogido favorablemente a causa de su bondad.

Por eso las dos primeras parábolas expuestas hoy, la del tesoro escondido que es hallado en el campo y la de la perla de gran valor que es encontrada, tienen un mismo sentido: el valor del Reino de los Cielos que se nos brinda es inmenso y no comparable con nada en el mundo; por tanto no podemos permanecer indiferentes cuando nos encontramos con tan importante y valiosa realidad espiritual. Descubrirlo nos llena de un gozo interior inmenso capaz de motorizar todas nuestras acciones, impulsándonos a hacer todo el esfuerzo a nuestro alcance para participar de él. Siendo sabios, ese hallazgo nos debe conducir a un cambio radical en nuestra forma de vida, nos debe llevar a la conversión.

Dios quiere que todos nos salvemos, pero nos ha dado el libre albedrío y respeta nuestra toma de decisión. La respuesta individual a la oferta de seguir al Señor determinará nuestra participación o no en el Reino; a ello se refiere la última de las parábolas, la de la red que se echa al mar. Todos, sin excepción, somos invitados a ser ciudadanos del Reino de los Cielos y a participar en el banquete que se ofrece en él. La aceptación a ese convite nos debe llevar a  convertirnos en agentes de cambio en la sociedad, manifestando con el ejemplo de vida las virtudes del seguimiento a Jesús, tanto a aquellos que no lo conocen como a los que por cualquier causa se hayan alejado de él. De ese modo estaremos ayudando en el crecimiento del Reino de Dios, y colaborando para que la pesca del final de los tiempos sea abundante y de peces buenos.

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