El que busca a Cristo, busca también su tribulación y no rehuye la pasión

(Comentario de san Ambrosio de Milán, obispo, sobre el salmo 118)

Dice la Sabiduría: Me buscarán los malos y no me encontrarán. Y no es que el Señor rehusara ser hallado por los hombres, él que se ofrecía a todos, incluso a los que no le buscaban, sino porque era buscado con acciones tales, que los hacía indignos de encontrarlo. Por lo demás, Simeón, que lo aguardaba, lo encontró.

Lo encontró Andrés y dijo a Simón: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). También Felipe dice a Natanael: Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret. Y con el fin de mostrarle cuál es el camino para encontrar a Jesús, le dice: Ven y verás. Así pues, quien busca a Cristo, acuda no con pasos corporales, sino con la disposición del alma; que lo vea no con los ojos de la cara, sino con los interiores del corazón. Pues al Eterno no se le ve con los ojos de la cara, ya que lo que se ve es temporal; lo que no se ve, es eterno.

Y Cristo no es temporal, sino nacido del Padre antes de los tiempos, como Dios que es y verdadero Hijo de Dios; y como poder sempiterno y supratemporal, al que ningún límite temporal es capaz de circunscribir; como vida metatemporal, a quien jamás podrá sorprenderle el día de la muerte. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.

¿Oyes lo que dice el Apóstol? Al pecado —dice— murió de una vez para siempre. Una vez murió Cristo por ti, pecador: no vuelvas a pecar después del bautismo. Murió una vez por toda la colectividad, y una vez —y no frecuentemente— muere por cada individuo en particular. Eres pecado, oh hombre: por eso el Padre todopoderoso hizo a su Cristo pecado. Lo hizo hombre para que cargara con nuestros pecados. Por mí, pues, murió el Señor Jesús al pecado: para que nosotros, por su medio, obtuviéramos la justificación de Dios. Por mí murió, para resucitar por mí. Murió una vez y una vez resucitó. Y tú has muerto con él, con él has sido sepultado, y con él, en el bautismo, has resucitado: cuida de que, pues has muerto una vez, no vuelvas a morir más. En adelante, ya no morirás al pecado, sino al perdón: no sea que habiendo resucitado, mueras por segunda vez. Pues Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. ¿Es que la muerte le había dominado? Sí, puesto que al decir: la muerte ya no tiene dominio sobre él, muestra el dominio de la muerte. ¡No eches a perder este beneficio, oh hombre! Por ti Cristo se sometió al dominio de la muerte, a fin de liberarte del yugo de su dominación. El acató la servidumbre de la muerte, para otorgarte la libertad de la vida eterna.

Por tanto, el que busca a Cristo, busca también su tribulación y no rehuye la pasión. En el peligro grité al Señor, y me escuchó poniéndome a salvo. Buena es, pues, la tribulación que nos hace dignos de que el Señor nos escuche poniéndonos a salvo. Ser escuchado por el Señor es ya una gracia. Por eso, quien busca a Cristo, no rehuye la tribulación; quien no la rehuye, es hallado por el Señor. Y no la rehuye quien medita los mandatos del Señor con la adhesión cordial y con las obras.