(De los sermones de Pedro de Blois)
La ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Por tanto, si Cristo es la verdad, mejor, porque él es la verdad, si creemos en Cristo, creamos también a Cristo. Es él mismo el que dice: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; él es el maná reconfortante, él es el cordero que en la ley era inmolado y manducado: efectivamente se nos da en comida y precio el mismo que alimentó a nuestros padres con el maná; nos alimenta con el pan cumpliendo de esta forma lo que está escrito: Comeréis de cosechas almacenadas y sacaréis lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo.
Lo almacenado son los sacrificios de la antigua ley, que ofrecían Aarón y sus hijos sacrificando las crías de las ovejas, derramando la sangre de los novillos y de los cabritos. Lo añejo almacenado fueron el pan y el vino ofrecidos por Melquisedec, que prefiguraba el sacramento de Cristo, respecto a quien había jurado el Padre: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Para hacer sitio a lo nuevo había que sacar los sacrificios legales y comer lo añejo almacenado, en cuanto que el hombre comió pan de ángeles, que Dios, en su bondad, preparó para los pobres desde los tiempos antiguos.
La asunción de nuestra naturaleza es el pan de que nos alimentamos. Porque Cristo ha convertido en trigo el heno de nuestra carne, para alimentarnos con flor de harina. Se ha convertido en pan para nosotros, porque el corazón del hombre hay que sembrarlo y multiplicarlo en un corazón bueno; se ha convertido para nosotros en grano de trigo, en pan que da vigor para consuelo de esta mísera vida, para sostenimiento de la fatiga del camino; es pan en la palabra de doctrina, pan en el ejemplo de la vida, pan de la gracia espiritual, pan de la gloria inacabable. Ésta es —dice— la nueva alianza sellada con mi sangre.
Esta alianza nos ha sido confirmada con la muerte de Cristo, para que nuestra existencia esté unida a él en una muerte como la suya, muramos al mundo y nuestra vida esté con Cristo escondida en Dios. De acuerdo con esta alianza hemos de ordenar los sacrificios, de modo que el hombre, ofreciéndose en su integridad como hostia viva y agradable a Dios, presente ante todo el sacrificio de la penitencia. Mi espíritu —dice— es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.
El segundo sacrificio es el ejercicio de la misericordia, sacrificio que en atención a su exquisita excelencia, el Señor no lo llama sacrificio, sino justicia, diciendo: Misericordia quiero y no sacrificios. De este sacrificio está escrito: Ofreced sacrificios de justicia.
Existe un tercer sacrificio que consiste íntegramente en la enjundia y la manteca y que procede de los entresijos del alma y de las profundidades del corazón con exclusividad. Me refiero al sacrificio de alabanza. Deseando el profeta presentar este sacrificio que procede de la fertilidad del corazón y de la plenitud de la caridad, dijo: Me saciaré como de enjundia y de manteca.
El primer sacrificio se refiere a mí, el segundo al prójimo, el tercero a Dios. Pero todos los refiero a Dios y los ofrezco por Dios. No obstante, si queremos ofrecer sacrificios en el régimen de la alianza de Cristo, único es el modo y uno solo el mensaje; el orden es éste: que así como se nos manda encomendar a Dios nuestros afanes, así depositemos la fe de los sacrificios en su palabra. Que el hombre crea más a Cristo que a sí mismo, para que su espíritu sea creíble a Dios, niéguese a sí mismo y siga a Cristo con la esperanza y la fe; porque él es el camino y la verdad y la vida.