Sobre el signo de Jonás

(Comentario de San Ambrosio de Milán, obispo)

Mira si también discrepa del evangelio lo que leemos de Jonás que, bajando a lo hondo de la nave, dormía profundamente. En este hecho se nos anticipa una figura de la sagrada pasión. Lo mismo que Jonás dormía en la nave, y roncaba confiado, sin miedo a ser sorprendido, así nuestro Señor Jesucristo, que dio cumplimiento a aquella figura con el sacramento de su muerte, en tiempos del evangelio durmió en la barca; y lo mismo que Jonás estuvo tres días y tres noches seguidas en el vientre del pez, así el Hijo del hombre estuvo tres días y tres noches en el seno de la tierra, en la pasión de su cuerpo. El cual, una vez que se resucitó de la muerte, y sacudió el sueño de su cuerpo resucitando para la salvación universal, visitó a sus discípulos.

Este es, pues, el verdadero Jonás, que dio su vida para redimirnos. Por esa razón fue cogido en vilo y arrojado al mar, para ser capturado y devorado por el pez y, acogido en el vientre del pez, poder evacuar su interior. Si quieres saber de qué pez se trata, escucha a Job que dice: ¿Soy el monstruo marino o el Dragón para que pongas un guardián? ¿Quién es éste? Lo sabrás ciertamente cuando leas que nuestro Señor Jesucristo se llevó cautiva a la cautividad; ya que derrotado el adversario y el enemigo, nosotros, que gemíamos en la cautividad, por Cristo comenzamos a disfrutar de libertad.

Además, la misma oración del santo Jonás nos dice que se trata de los misterios de la pasión del Señor. Dice efectivamente: En el peligro grité al Señor y me escuchó desde el vientre del abismo. ¿Te has fijado que no dice: desde el vientre del pez, sino: desde el vientre del abismo? Pues el Señor no bajó al vientre del pez, sino al vientre del abismo para que los que estaban en el abismo fueran liberados de cadena perpetua.

Y ¿quién es el que sacrificó al Señor un sacrificio de alabanza y de aclamación, sino el príncipe de todos los sacerdotes, que por todos nosotros hizo votos al Señor y los cumplió? Sólo él pudo obtener semejante resultado. Pues lo mismo que Jonás fue arrojado al mar y el mar calmó su cólera, así también nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo para salvar al mundo, pacificando por su sangre todos los seres, los del cielo y los de la tierra. Así que con su venida redimió a todos los hombres y con sus obras —resucitando muertos, sanando enfermos, infundiendo en el corazón del hombre el temor de Dios— los incitó al culto de Dios. Él fue quien, por nosotros, sacrificó al Señor un sacrificio de salvación, y ofreció víctimas dignas de nuestra conversión; él fue el que se durmió y se despertó.