(Mateo 8,8: Pero el centurión respondió: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará)
A mi casa te invito
pero aseada no está;
pero aseada no está;
como yo no soy digno,
pensé: "Él no entrará".
No es el polvo en el piso
ni empañado el cristal;
es que hoy he sentido
en mí la suciedad.
De pronto has venido
y ya a la puerta estás;
Tú quieres ser mi amigo
sabiendo mi maldad.
Señor, no entres, -te digo-,
pues no te agradará.
Pero ya Tú me has dicho
que el alma limpiar,
del ser arrepentido,
muy alegre lo harás.
Amén.
Amén.