la vida, inaguantablemente estéril,
porque el estar contigo es lo difícil
apenas creo en ti, Dios de lo justo.
Digo: "no es, no existe, no me entero;
pues no llega hasta mí". ¡Perdóname!
Innumerables veces, cuando pienso
que tú serías algo en que morir,
posando suavemente la cabeza,
para no oír, no ver, no continuar
este existente sacrificio, nadie
veo en tu sitio, nada está por ti
representado; estoy como escarbando
la luz vacía de los aires. ¡Dios,
los hombres somos esto que precisa
una presencia, un brazo en que apoyar
la confianza! Yo te fui buscando
en traza de calor. ¡Perdóname!
Ahora, ya creo que comprendo. Nada
me ayudará por ti, no te hallará
mi continuada forma de buscarte.
Al menos, cuando pida con empeño
que me vengas a ver, que yo te vea,
mientras continuamente pienso en mí.
¡Nunca te encontraré cuando te exijo
que milagrosamente te me muestres,
siendo mi corazón el sitio solo
que cubro yo y no más —¡perdóname!—.
Cada vez que me digo: "Si lo hallase,
ahora, ahora mismo que el dolor continuo
es asfixiante, si me levantase
la feroz frente que en herirse hoza,
parece así gozarse, insiste, acaso
el encuentro divino, deslumbrante,
sería salvador". Y en solitario
sin salirme de mí, pido que vengas,
y no vendrás porque no voy contigo;
sólo conmigo —y para eternamente—
con orgullosa soledad sedienta
de mí que soy mi dios. ¡Despiértame!
Tú no vendrás, no vienes, no nos dejas
que te veamos cuando nuestros ojos
están vueltos al fondo que nos quema
de amor —¿pero de quién?— de amor perdido,
de amor a nuestro amor, de amor que somos,
compactamente, sin partir, sin darlo,
para nosotros mismos, cielo y tierra
de nuestra sed. El ser que comprendemos,
porque, ¿a quién más quisimos comprender,
tan encerrados, incomunicados?
¿Cómo puedo saber que estás, que eres,
cómo puedo creer en ti, si solo
me veo yo y apenas creo en mí,
apenas sé de mí? Hazme, pues, ser
extenderme, salir fuera, que es algo
como nacer del todo. ¡Sácame
de mí, que soy la muerte, pues la muerte
es la única existencia que en mí sé!
¡Sácame de mí mismo, despachándome;
que acaso, simplemente, tú eres todo,
—tú eres lo otro que no está en mí mismo—
y sólo con mirarlo seas nacido,
repartido allá fuera, claro como las cosas:
que basta con saber que están, y son,
y son ya, de una vez y para siempre!