(De "El joven instruido" por San Juan Bosco)
La devoción y el amor a María Santísima es una gran defensa, hijos míos, y un arma poderosa contra las asechanzas del demonio. Oíd la voz de esta buena Madre, que os dice: El que es niño, que venga a mí. Ella nos asegura que si somos sus devotos, nos colocará en el número de sus hijos, nos cubrirá con su manto, nos colmará de bendiciones en este mundo, y para el otro nos asegura el paraíso.
Amad, pues, a esta vuestra Madre celestial; acudid a ella de corazón, y estad ciertos de que cuantas gracias le pidáis os serán concedidas, siempre que no redunden en perjuicio de vuestras almas. Debéis, además, pedir con perseverancia tres gracias especiales, que son de absoluta necesidad para todos, pero particularmente para los jóvenes, a saber: La primera, que os ayude para no cometer ningún pecado mortal en toda vuestra vida. Las demás gracias, sin ella, carecerían de valor.
¿Sabéis qué quiere decir caer en pecado mortal? Quiere decir renunciar al título de hijo de Dios, para ser esclavo de Satanás; perder aquella belleza que ante los ojos de Dios nos hace tan hermosos como los ángeles, para ser semejantes a los demonios; perder todos los méritos ya adquiridos para la vida eterna; quiere decir estar expuestos a ser precipitados a cada momento en el infierno; quiere decir inferir una enorme injuria a la Bondad infinita, lo cual es el mayor mal que pueda imaginarse. Aun cuando María Santísima os obtuviera muchas gracias, de nada servirían si no os consiguiera la de no caer en pecado mortal. Esto debéis implorarle mañana y tarde y en todos vuestros ejercicios de piedad.
La segunda es conservar la preciosa virtud de la pureza, de que ya os he hablado. Si conserváis intacto ese precioso tesoro, seréis semejantes a los ángeles y vuestro ángel de la guarda os mirará como hermano y se complacerá en vuestra compañía.
Estas tres gracias son las más necesarias a vuestra edad, y bastarán para encaminaros en la senda por la cual llegaréis a ser hombres respetables en la edad madura y a obtener la gloria eterna, que María concede indudablemente a sus devotos.
¿Qué obsequio le ofreceréis para obtener estas gracias? Si podéis, rezad el santo rosario, o al menos no os olvidéis nunca de rezar cada día tres avemarías, y Gloria Patri con la jaculatoria “¡Madre querida, Virgen María, haced que yo salve el alma mía!”.