Señor, ¿por qué hay que esforzarse siempre? ...no tengo ganas

(De "Caminos de oración" por Michel Quoist)

Muchos jóvenes, y a veces otros no tan jóvenes, organizan su vida en función de las ganas que tienen o dejan de tener. Para algunos, se trata, más o menos conscientemente, de rechazar todo esfuerzo; para otros, de la firme convicción de que en muchas circunstancias no deben hacer lo que no les viene en gana. Piensan que «esforzarse» no es auténtico, que es hacer comedia, sobre todo cuando se trata de los otros y más aún de Dios: «si no tengo ganas no voy a sonreír, rezar o ir a misa...».

Esta actitud procede de una falsa idea de la libertad y de una mala educación. Se cree que se respeta la libertad del niño cuando se respetan sus «ganas»: «no termina de comer lo que tiene en el plato», porque no tiene ganas; «no saluda», porque no tiene ganas; «no va a la catequesis », porque no tiene ganas...

La libertad que el Señor nos ofrece no es la libertad para hacer cualquier cosa, sino la libertad para amarnos autenticamente a nosotros mismos, amar a los otros y a Dios, cualesquiera que sean nuestras ganas.

Jesucristo «no tenía ganas» de morir por nosotros.

¿Qué os parece? Un hombre tenia dos hijos. Fue al primero y le dijo:
—Anda, hijo, ve a trabajar hoy en la viña.
El respondió:
—No tengo ganas.
Pero después se arrepintió y fue.
Fue al segundo y le dijo lo mismo. El respondió:
— Voy, señor.
Pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?
Le contestaron:
—El primero.
Entonces Jesús les dijo:
—Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán más fácilmente que vosotros en el reino de Dios (Mt 21, 28-31).

Después reunió a la gente con sus discípulos y les dijo:
—Si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará.
Pues ¿qué aprovecha a uno ganar todo el mundo, si pierde su vida? ¿Qué puede dar uno a cambio de su vida? (Mc 8, 34-37).

Señor,
¿por qué hay que esforzarse siempre?
... no tengo ganas.

No tengo ganas de levantarme
y no tengo ganas de acostarme.
No tengo ganas de ir al trabajo
o de ir al colegio.
No tengo ganas de hacer las faenas de la casa
y no tengo ganas de planchar la ropa.
No tengo ganas de apagar el televisor
y de hacer «los deberes».
No tengo ganas de callarme
o no tengo ganas de hablar.

No tengo ganas de ir a verle,
de estrecharle la mano,
ni siquiera de sonreírle.
No tengo ganas de abrazarle.
No tengo ganas de prestar el favor que me han pedido,
de comprometerme,
y no tengo ganas de ir a la reunión.
No tengo ganas de resistir
a las voces que me invitan a apartarme de mi camino,
y no tengo ganas de apagar las doradas imágenes,
proyectadas sin cesar en la pantalla de mis sueños.
No tengo ganas de ir a contratiempo,
de pararme,
de reflexionar,
de meditar tu palabra
y no tengo ganas de rezar.

Señor,
¿por qué esforzarse siempre
para vivir cada día
como tú quieres que se viva?
No es fácil,
no es divertido.
Con frecuencia ¡tengo tantas ganas de hacer
lo que no debo hacer,
y tan pocas de hacer
lo que debo hacer!
Señor,
¿es verdad que hay que esforzarse siempre
...cuando no se tienen ganas?

Hijo mío, dice el Señor,
es verdad
que hay que regar la semilla cada día
para que se convierta en árbol,
que la madre ha de sufrir para que nazca el hijo,
y los padres para educarle
hasta que llegue a hacerse hombre,
que el panadero ha de trabajar de noche
para amasar el pan,
y los obreros han de actuar en cadena
para que ruede el automóvil
... aunque no se tengan ganas.


Es verdad
que los sabios han de investigar pacientemente
para encontrar el medicamento que cura,
que los hombres han de sacrificar sus vidas
para que se haga justicia,
y que los enamorados han de morir cada día
a sus caprichos egoístas
para que viva el amor
...aunque no tengan ganas.

Porque ¿dónde quedaría tu dignidad, hijo mío,
tu bella libertad
y tu poder para amar,
si el Padre te diese el árbol y el hijo ya hechos,
y el pan cocido y servido en la mesa,
y el medicamento salvador, sin error posible,
y el universo como un paraíso para una humanidad apacible,
y los amores en flor, sin peligro de marchitarse?
Es difícil ser hombre
y difícil amar.
Lo sé.
Durante mi vida nunca tuve ganas
de subir la cuesta del calvario,
pero mi Padre deseaba que toda mi vida
se ofreciera por vosotros, mis hermanos,
a los que amaba.
Y si me esforcé
por subir hasta la cruz,
fue para que todos vuestros esfuerzos
fuesen un día coronados por la VIDA.

Venga, hijo mío,
no te preguntes si tienes ganas de hacer esto o aquello,
pregúntate si el Padre lo desea
para ti y para tus hermanos.
No me pidas que te obligue.
Pídeme, más bien, amar con todas tus fuerzas
a tu Dios y a tus hermanos.
Porque si amases un poco más,
sufrirías mucho menos,
y si amases mucho más,
de tu sufrimiento brotaría la ALEGRÍA
al mismo tiempo que la VIDA.