La raíz de la guerra es el miedo

(De "Semillas de contemplación" por Thomas Merton)

El concepto de “virtud” no atrae a los hombres, porque ya no se interesan en llegar a ser buenos. Sin embargo, si les dices que Santo Tomás habla de las virtudes como “hábitos del intelecto práctico”, quizá presten alguna atención a tus palabras. Les place la idea de algo que, al parecer, pueda avivar su
inteligencia.

Nuestra mente es como la corneja. Recoge todo lo que brilla, por incómodo que quede nuestro nido con tanto metal en él.

Los demonios están muy contentos con el alma que sale de su seco hogar y tiembla bajo la lluvia sin otra razón que la de estar seca su casa.

Tengo muy leve idea de lo que ocurre en el mundo; pero de vez en cuando veo algunas de las cosas que están dibujando y escribiendo allá, y esto me convence de que todos están viviendo en ceniceros. Me alegra no poder oír lo que están cantando.

Si un escritor es tan cauto que no escribe nunca nada que pueda ser criticado, nunca escribirá nada que pueda ser leído. Si quieres ayudar a otros tienes que decidirte a escribir cosas que algunos condenarán.

El poeta entra en sí mismo para crear. El contemplativo entra en Dios para ser creado.

Un poeta católico debería ser apóstol siendo ante todo poeta; no intentar ser poeta siendo ante todo un apóstol. Pues si se presenta a su público como poeta, será juzgado como tal, y si no es buen poeta, quedará en ridículo su apostolado.

Si escribes para Dios llegarás al corazón de muchos hombres y les causarás alegría.

Si escribes para los hombres.., acaso hagas algún dinero, causes a alguien algún pequeño gozo y hagas cierto ruido en el mundo por breve tiempo.

Si escribes para ti mismo, podrás leer lo que has escrito, y al cabo de diez minutos estarás tan asqueado que desearás haber muerto.

En la raíz de toda guerra está el miedo: no tanto el miedo que los hombres se tienen mutuamente, sino el miedo que le tienen a todo. No es meramente que no confíen el uno en el otro: no se fían ni de sí mismos. Si no están seguros de que alguien no va a volverse contra ellos para matarlos, lo están todavía menos de que ellos mismos no se volverán contra sí para matarse. No pueden confiar en nadie, porque han dejado de creer en Dios.

¿Quieres terminar las guerras pidiendo a hombres que confíen en hombres en quienes evidentemente no puede confiarse? No. Enséñales a amar a Dios y a confiar en él; entonces podrán amar a los hombres en quienes no pueden confiar, y osarán hacer la paz con ellos, no confiando en ellos, sino en Dios.

Pues solamente el amor (que significa humildad) puede expulsar el miedo que es la raíz de toda guerra.

Si realmente los hombres quisieran la paz, la pedirían a Dios, y Él se la daría. Pero ¿por qué ha de dar Él al mundo una paz que éste no desea realmente? Pues la paz que el mundo parece desear no es realmente en ningún modo la paz.

Para algunos la paz significa tan sólo tranquilidad para explotar a otros sin miedo a represalias o injerencias. Para otros la paz significa libertad para robarse mutuamente sin interrupción. Para ciertos hombres significa asueto para devorar los bienes de la tierra sin verse obligados a interrumpir sus placeres para alimentar a aquellos que su codicia está matando de hambre. Y para casi todo el mundo la paz significa simplemente ausencia de toda violencia física que pudiese arrojar sombras sobre vidas dedicadas a la satisfacción de su apetito animal de comodidades y placeres.

Muchos como éstos han pedido a Dios lo que ellos entendían por “paz” y se han extrañado de que su ruego no fuese atendido. No podían comprender que, en realidad, lo había sido. Dios los dejaba con lo que deseaban, pues su idea de paz era sólo otra forma de la guerra.

Así, pues, en vez de amar lo que crees ser la paz, ama al prójimo y ama a Dios sobre todo. Y en vez de odiar a los hombres que tienes por promotores de guerras, odia los apetitos y el desorden de tu propia alma, que son las causas de la guerra.