Brisas primaverales
embriagan mi estancia
de una áspera fragancia
de hojas verdes, con agua, de rosales.
Aún no da el sol en el papel, escrito
con mano firme y pura,
mientras el noble corazón contrito
trocaba, blando, su amargura
en dulzura...
¡Qué paz y qué ventura!
Amanece, riendo, en lo infinito.
La fronda, ya despierta
y plena de la tropa cristalina
que engarza el alba en un gorjear bendito,
dora su claridad, que aún sueña, oscura;
¡viva esperanza cierta
en que la duda, fúnebre, perdura,
se va a colgar de una expresión divina!...
Canta la codorniz, fresca, allá abajo...
Viene un gorrión a la ventana abierta...
Pienso en Dios...
Y trabajo.