Canción del buscador de Dios

(Del poeta, prosista y escritor argentino Antonio Esteban Agüero (1917-1970))
Siempre buscando; 
desde niño buscándolo; buscando. 
A través de la sombra y la neblina; 
sumergido en la zona de penumbra 
que separa los días de las noches, 
y al cristiano también del no cristiano, 
por laberintos de la sangre oscura. 
Siempre buscando; 
desde niño buscándolo; buscando. 
Golpeando viejas puertas 
clausuradas de bronce martillado; 
gastando los ojos en las hojas 
de antiguos libros muertos; 
vigilando la savia cuando sube 
por racimos y flores del verano; 
escuchando palomas y cigarras; 
mirándome en espejos esta pálida frente, 
estas frágiles manos, 
esta boca que guarda la palabra, 
oyendo la música que llueve 
desde el silencio de los astros. 
Buscando; 
desde niño buscándolo; 
preguntando 
por las calles donde está la gente, 
por caminos del campo. 
Por veces mendigando la respuesta total 
a la total pregunta. 
Yo quería encontrarlo 
(yo solo descubrirlo} 
donde quiera que fuese 
para darle mi agradecimiento humano, 
por la cósmica lumbre que me habita, 
por la gota de vida que me nutre, 
por este débil corazón desnudo 
que siento pulsar en mi costado. 
Darle las gracias, sí, 
por haberme construido como soy: 
de sueño, de madera,de cóleras y miedos, 
de bondad y ternura, 
de soledad y de razón pensante, 
de claridad, de sombras, 
de música y pecado. 
Descendí por El a catacumbas, 
anduve por túneles cerrados, 
batallé con demonios, 
conocí a la serpiente y el abrazo 
de su lívido cuerpo de aceros anillados; 
me frecuentaron 
dragones y brujas increíbles; 
y alguna vez solté, como a villanos, 
las locas miradas por el cielo, 
lejos de mí, del mundo, 
desprendidas del ser y de los ojos 
el infinito sólo navegando. 
y yo buscando; 
desde niño buscándolo; buscando... 
Lo imaginaba ajeno, 
misterioso, 
terrible, 
lejano. 
Después de muchos viajes, 
(ya en la curva más alta de los años) 
de tormentosos viajes, 
con las velas y los mástiles rotos, 
circundando 
por el horror del mar donde las olas 
eran de fría soledad de nada, 
recorde una capilla entre los cerros, 
los claros cerros de cristal morado, 
y una joven pareja que venía 
con un niño en los brazos; 
rememoré la pila con el agua, 
las gotas de luz sobre la frente, 
los maderos en cruz, 
y la figura solitaria y herida por los clavos. 
Me recordé pequeño, 
(el sabor de la sal sobre los labios) 
volví a verme pequeño, 
y recordé que el nombre que llevaba 
era el nombre del niño 
que sentía bajar sobre su frente 
la santa cruz de agua. .. 
Yo dije: Dios. Oh Dios. Oh Dios. 
Aquello fue tremendo, 
un cósmico relámpago, 
como si el mismo sol me detonara, 
granada solar, entre las manos, 
como la luz aquella de la bomba 
que aniquiló la tarde en Hiroshima… 

Y dije: Oh Dios… 
-y dejé de buscarlo- 
campanas sonaban por mi sangre -y dejé de buscarlo- 
cantaba un millón de ruiseñores 
-y dejé de buscarlo-.