Que no me arguyas pido,
Señor, a tu grandeza
ni en tu rigor airado
me pidas larga cuenta.
Habe misericordia,
sana los huesos duros
que con culpas se mezclan.
El ánima turbada
está con tal violencia
que faltan los sentidos
¿y tú, Señor, me dejas?
Trueca mis pensamientos
y líbrame con fuerza,
por tu misericordia
sáname la conciencia.
Porque no hay quien se acuerde
de ti en la muerte eterna.
¿Y quién en el infierno
alabará tu alteza?
Trabajando en mi llanto
adornaré mis mesas
y al lecho que me ampara
daré lágrimas tiernas.
Las luces perturbadas
con el furor se muestran,
que entre mis enemigos
me envejecieron penas.
Los que obráis insolentes
quitad de mi presencia
porque el Señor del mundo
ha escuchado mis quejas.
Oyó mis rogativas,
admitió mis promesas
porque las oraciones
sus sentidos penetran.
Todos mis enemigos
avergonzados sean,
conviértanse veloces
y ríndanse con fuerza.
Gloria demos al Padre
y al Hijo de su diestra
con el Espíritu Santo
que para siempre reinan.