(De "Oraciones Para rezar por la calle" por Michel Quoist)
Señor, te extiendes en la cruz todo lo largo que eres.
Ya está.
Perfecto.
No hay nada que tocar, te está a la medida.
La ocupas toda entera y, para que quede bien seguro que te unes a ella totalmente, dejas a los hombres que te claven cuidadosamente a sus leños.
Esto sí que es, Señor, un trabajo bien hecho, a conciencia.
Esto sí que es, Señor, un trabajo bien hecho, a conciencia.
Ahora Tú coincides plenamente con tu cruz, como la pieza del ajustador poco a poco limada, encaja según el proyecto del ingeniero.
Tú quisiste llegar a esta precisión.
Ya no se mueve.
Así, Señor, yo debo unir mi cuerpo, mi corazón,
mi espíritu
y, tan largo como soy, tenderme sobre la cruz del momento presente.
Y no tengo derecho a elegir la madera de mi pasión:
la cruz ya está esperando a mi medida.
Tú me la ofreces cada día, cada minuto, y yo debo ocuparla.
No es agradable, Señor, el momento presente es tan estrecho que no hay modo de darse en él la vuelta.
Con todo, Señor, yo no te encontraré en otra parte,
es ahí donde Tú me esperas,
es ahí donde, Tú y yo juntos, salvaremos a nuestros hermanos.
Y no tengo derecho a elegir la madera de mi pasión:
la cruz ya está esperando a mi medida.
Tú me la ofreces cada día, cada minuto, y yo debo ocuparla.
No es agradable, Señor, el momento presente es tan estrecho que no hay modo de darse en él la vuelta.
Con todo, Señor, yo no te encontraré en otra parte,
es ahí donde Tú me esperas,
es ahí donde, Tú y yo juntos, salvaremos a nuestros hermanos.