¡Dulcísimo Jesús!, que en el madero
de una cruz afrentosa estás clavado,
del Padre por mis culpas irritado
aplacando el enojo justiciero;
víctima de expiación, santo Cordero
entre Dios y los hombres colocado,
para lavar con sangre mi pecado,
sufriendo de la muerte el golpe fiero;
Por sólo tu querer te has impedido,
no puedes ya cerrar los amorosos
brazos al pecador arrepentido;
a ellos nos arrojamos fervorosos,
ellos nos salvarán del mal temido,
en ellos moriremos venturosos.