buscan la luz para su entraña ciega
y hunden su corazón lleno de luto
en una inmensa y sideral ausencia.
Ausencia son y soledad sin límite,
ausencia descarnada que les llena,
ausencia como un perro que les come,
ausencia nada más, tan sólo ausencia.
Dolor tan sólo, sí, tan sólo angustia;
su carne es soledad que no se puebla,
labios locos de sed que se levantan,
resecos de ilusión en la tiniebla.
¡Angustia de las almas, de la carne
y de sentir que el corazón es tierra!
¡Ay, angustia de Dios, del Dios que falta
en sus ardientes, solitarias venas!
Pobres hombres sin Dios, ellos le buscan
pudriéndose en dolor y en la blasfemia,
mientras la tierra miran y la sienten
como honda loba pasional y hambrienta.
Ven la nada crecer, la ausencia palpan
entre la carne que a su Dios no encuentra.
Miran bajo sus pies, huir no pueden...
La tierra helada, indiferente espera...