Se escucha un tierno vagido,
está la noche mediada
y un resplandor de alborada
cruza en el aire dormido.
El Niño Dios ha nacido.
¡Qué celeste claridad!
Cantad, ángeles, cantad:
“Gloria a dios en las alturas
y Paz a las almas puras
y de buena voluntad”.
Abandonando el otero,
corred a Belén, Pastores.
¿No divisáis los fulgores
de aquel divino lucero?
Este es el blanco cordero,
Hostia de propiciación,
que en sublime inmolación
tomó las culpas ajenas
rompiendo nuestras cadenas
con su Muerte y su Pasión.
Para ofrendarle sus dones
llegan los Magos de Oriente,
toda la pompa esplendente
de tres lejanas naciones.
Rendidos los corazones,
Reyes, venidle a adorar.
Este pesebre es altar,
trono donde Dios se humilla.
Doblad, pues, vuestra rodilla,
Melchor, Gaspar, Baltasar.