Juan 6,51-58: Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (Ciclo A)


En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.
Discutían entre sí los judíos y decían:
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Jesús les dijo:
En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.
REFLEXIÓN (del rezo del Ángelus por san Juan Pablo II, Papa, en fecha 2 de junio 2002):

En Italia y en otros países se celebra hoy la solemnidad del Corpus Christi. La comunidad cristiana se reúne en torno a la Eucaristía y en ella adora su tesoro más valioso: Cristo realmente presente bajo las especies del pan y del vino consagrados. Todo el pueblo sale de las iglesias y lleva el santísimo Sacramento por las calles y plazas de las ciudades. Es Cristo resucitado quien camina por los senderos de la humanidad y sigue dando su "carne" a los hombres como auténtico "pan  de vida".

Hoy, como hace dos mil años, "este lenguaje es duro" para la inteligencia humana, que queda desbordada por el misterio. Para explorar las fascinantes profundidades de esta presencia de Cristo bajo los "signos" del pan y del vino es necesaria la fe, o, mejor aún, es necesaria la fe  vivificada por el amor. Sólo quien cree y ama puede comprender algo de este  misterio inefable, gracias al cual Dios se acerca a nuestra pequeñez, busca nuestra enfermedad y se revela como es: amor infinito que salva.

Precisamente por esto la Eucaristía es el centro vivo de la comunidad. Desde los comienzos, desde la comunidad primitiva de Jerusalén, los cristianos se reunían en el día del Señor para renovar en la santa misa el memorial de la  muerte y la resurrección de Cristo. El "domingo" es el día del descanso y de la alabanza, pero sin la Eucaristía pierde su verdadero significado. Por eso en la carta apostólica Novo millennio ineunte volví a proponer como compromiso pastoral prioritario la revalorización del domingo y, en él, de la celebración eucarística: "Un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente" (n. 36).

Al adorar la Eucaristía no podemos menos de pensar con gratitud en la Virgen  María. Nos lo sugiere el célebre himno eucarístico que cantamos a menudo: "Ave, verum Corpus, natum de Maria Virgine". A la Madre del Señor le pedimos  hoy que todo hombre guste la dulzura de la comunión con Jesús y participe,  gracias al pan de vida eterna, en su misterio de salvación y santidad.