(De "Cristo Rey" por Mons. Tihamér Tóth)
Cristo es Rey de la vida familiar, el único capaz de renovar la vida de familia, tan atacada y ultrajada en la actualidad.
A cada momento vemos y experimentamos cómo la vida de familia cruje en sus cimientos y amenaza con derrumbarse.
Todos sentimos que la sociedad está enferma. Se dictan muchas leyes para sanearla. Bien está; pero todo esto, no es más que una venda para la llaga sangrante. Hay que ir a la causa: el desmoronamiento de la vida familiar.
Hay quienes creen que lo importante es sanear el Parlamento, el Congreso..., la empresa, la educación..., los medios de comunicación social... Sí, todo esto es importante, es verdad, pero no lo fundamental. ¿En dónde estriba el porvenir de la Humanidad? ¡En la familia! Ella es la salvaguarda de la vida social, del Estado y de la religión. Y precisamente, porque la enfermedad atacó a la vida familiar, por esto abruma y espanta sobremanera lo mal que está la sociedad actual.
Si quisiéramos resumir en tres palabras las cosas que aseguran la felicidad de la vida familiar, escogeríamos estas tres: fe, armonía y fidelidad.
En un pueblecito de Galilea, llamado Caná, contrae matrimonio una pareja joven y desconocida, e invita para tan importante acto a Nuestro Señor Jesucristo. Él acepta la invitación y con gusto asiste a las bodas, llevando consigo a su Madre y a sus apóstoles. Para sacar de apuro a los novios obra su primer milagro... Tal es en sustancia la sencilla y encantadora historia... ¡Pero qué profundas enseñanzas se esconden bajo tan sencillas apariencias!
Una pareja de novios quieren contraer matrimonio, e invita a su boda a Nuestro Señor Jesucristo.
Podíamos preguntarnos, los novios de hoy, ¿cuándo cometen el primer error que después tendrá serias consecuencias negativas para su matrimonio? Cuando invitan a su boda a sus familiares, a los conocidos, a los compañeros de oficina, a los amigos, a todos..., menos a Jesucristo. Es el Señor el único de quién se olvidan.
Aquí estriba el principal mal de muchos matrimonios actuales: que prescinden de Jesús.
Y al decir esto no pienso en aquellos que sólo han contraído un matrimonio civil, ni pienso en los que se divorcian e intentan casarse de nuevo.
Esta forma de actuar, entre cristianos, es realmente incomprensible. No se puede comprender cómo un cristiano se atreve a formar una nueva familia sin haber implorado, antes de tomar una decisión tan importante, la gracia del Señor. Dice un refrán: «¿Emprendes una peregrinación? Reza una oración. ¿Te embarcas? Reza dos. ¿Te casas? Reza cien.»
Atención: No seamos ingenuos. La vida matrimonial está llena de sacrificios y responsabilidades. ¿Cómo asegurar que podré sobrellevarlos? Recurriendo a la gracia sobrenatural que nos ha merecido Nuestro Señor Jesucristo. El sacrificio de Cristo en la santa misa, por amor a la Iglesia, es una llamada de atención a los recién casados de que ellos también tienen que entregar la vida y sacrificarse por amor mutuo y por el bien de la familia que han formado. Por estos motivos, Jesucristo elevó el matrimonio a la categoría de sacramento, para que del altar brote una nueva vida de familia, y también la gracia copiosa que para ella se necesita. Porque únicamente con el auxilio de la divina gracia se puede garantizar una fidelidad matrimonial hasta la muerte. Bien es verdad que al momento de casarse los dos corazones vibran con vehemencia por la fuerza del enamoramiento mutuo, pero la llama de la pasión más ardiente acaba por extinguirse con el tiempo; y, sin embargo, la fidelidad y el amor nunca deben apagarse en la vida conyugal. No se apagarán si el matrimonio se asienta sobre un fundamento seguro, sobre el amor inconmensurable del amor de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, que se entregó por nosotros hasta dar toda su sangre, amor fiel hasta el final.
Pero para que un matrimonio sea cristiano, no basta que exteriormente lo sea. Puede ser que la boda sea de gran fastuosidad y suntuosidad exterior, con una entrada brillante en la iglesia, mientras se toca la marcha nupcial de Mendelson..., y, con todo, contraerse el matrimonio cristiano sin darse cuenta los novios realmente de lo que significa: un camino para santificación al que Dios les llama. Porque puede haber católicos que consideran el matrimonio con los mismos criterios paganos que tienen del matrimonio civil los que no tienen fe. No como un vínculo sagrado sino como un simple contrato en el que «doy para recibir». No como una vocación para dar mucha gloria a Dios, sino como una unión provisional «mientras nos llevemos bien». No como un compromiso definitivo a amarse mutuamente y guardarse fidelidad hasta la muerte, sino como una forma de convivir y disfrutar de compañía. No con la intención de formar una nueva familia en la que la llegada de cada hijo sea una bendición de Dios, sino todo lo contrario: con la intención de tener los menos hijos posibles, e incluso ninguno. Es la mentalidad pagana de los que piensan que tener muchos hijos es de idiotas, y no estar al tanto de cómo va el mundo... No se pide como Raquel: «Dame hijos, o si no me muero» (Génesis 30,1).
Para la Iglesia el matrimonio católico es algo muy serio y sublime. a) Representa nada menos que la relación de amor que existe entre Cristo y su Iglesia; b) Es una vocación para formar la Iglesia doméstica, en la que los esposos se santifican ayudándose; c) Es una participación en la obra creadora de Dios. Algo muy por encima la simple biología y del simple contrato natural...
El Señor quiere que los esposos participen en la procreación de nuevos seres humanos, llamados a ser hijos de Dios en este mundo y en la eternidad. Por eso la elección del esposo o la esposa debe hacerse, no basándose tanto en la hermosura o la fortuna, cosas de segunda importancia, sino en si este joven será un buen esposo y padre, o esta joven será una buena esposa y madre, con quien compartir la vida y aspirar a la santidad.
Es verdad que el hombre no puede vivir del aire; y no está mal que los novios consideren si se dan las condiciones económicas adecuadas que garanticen mínimamente el porvenir... Pero lo económico no debe ponerse en primer lugar, dándole preferencia sobre los valores espirituales.
Por el contrario, la concepción pagana del matrimonio considera a los hijos como un estorbo, no una bendición de Dios, y por eso pone todos los obstáculos posibles para que nazcan.
Convenzámonos, en el matrimonio contraído sin Cristo no garantiza una felicidad duradera, y menos la fidelidad hasta la muerte. No es de extrañar que haya luego tantos divorcios y rupturas de la vida familiar.
Si los esposos no llevan una vida de piedad, si no dedican cada día un tiempo a la oración, es imposible que Cristo sea el centro del hogar.
Sólo cuando el Corazón de Jesús preside el centro del hogar, cuando Cristo es el Rey de la familia, la fe se mantiene, hay alegría en los corazones, felicidad en medio de las pruebas... Porque Cristo debe santificar toda la vida de familia: quehaceres conversaciones, diversiones. De esta forma el hogar será un anticipo del cielo; y cuando haya muchos cielos así, la sociedad empezará a mejorar.
Cristo salvará a la familia, si la familia le acepta por Rey.