Luz del mundo

(De "Corazón del mundo" por Hans Urs von Balthasar)

Yo soy la luz del mundo, dice el Señor, y sin mí no podéis hacer nada. Y no hay luz alguna, ni Dios alguno fuera de mí. Pero vosotros sois la luz del mundo, luz escondida pero no falsa, sino ardiente de mi llama, debéis prender fuego al mundo con mi fuego.

Salid a las tinieblas más obscuras, llevad mi amor como ovejas en medio de lobos, llevad mi mensaje a aquellos que caminan en la obscuridad y en la sombra de la muerte. Salid y aventuraros fuera del redil custodiado; una vez os recogí, cuando, ovejas errantes, ensangrentadas entre espinas, os conduje al hogar sobre los hombros del buen pastor; pero ahora el redil ha quedado abierto, la puerta del aprisco se ha ensanchado: ¡es la hora de la misión! ¡Fuera!, separaos de mí, pues yo estoy en medio de vosotros hasta el fin del mundo. Pues yo mismo he salido del Padre y alejándome de él me hice obediente hasta la muerte, y obedeciendo me hice la imagen más perfecta de su amor hacia mí. La salida misma es el amor, la salida misma es ya el retorno.

Así como el Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros. Saliendo de mí como sale el rayo del sol, el agua de la fuente, permanecéis en mí, pues yo mismo soy el rayo, que centellea de brillo, soy el torrente que brota del Padre. Así como yo recibo el caudal del Padre, así vosotros debéis recibir de mí vuestro caudal; volved hacia mí vuestro rostro hasta tal punto que yo pueda volverlo hacia el mundo. Debéis salir de vuestros propios caminos hasta tal punto que yo pueda situaros sobre el camino que soy yo.

He aquí un nuevo misterio insospechable para la pequeña criatura: que incluso la lejanía de Dios y la frialdad del temor son una imagen y símbolo para Dios y para la vida divina. Lo más incomprensible es la verdadera realidad: precisamente en lo que tú eres no Dios, en eso te asemejas a Dios. Y precisamente en lo que estás fuera de Dios, en eso estás en Dios. Pues el hecho mismo de estar frente a Dios es algo divino. En lo incomparable de tuyo reflejas la unicidad de Dios. Pues incluso en la unidad de Dios hay distancia y reflejo y eterna misión: El Padre y el Hijo opuestos entre sí y sin embargo uno en el Espíritu y en la naturaleza que sella a los tres. Dios no es sólo la imagen original, es también semejanza y trasunto. No sólo la unidad absoluta, también es divino ser dos, si el tercero los une. Por eso en este segundo ha sido creado el mundo, y en este tercero se afinca en Dios.

Pero el sentido de la creación permanece incomprensible mientras el velo cubra la imagen eterna. Si el latido del ser no resonara en la vida eterna, en la vida trinitaria, esta vida sería sólo fatalidad, este tiempo sería tan sólo tristeza, todo amor se limitaría a ser transitoriedad. Sólo ahora comienza a brotar en nosotros la fuente de la vida, y nos habla de la Palabra, se convierte ella misma en palabra y lenguaje, nos comunica, como saludo de Dios, la misión de que debemos anunciar al Padre en el mundo. Sólo ahora se ha disuelto la maldición de la soledad, pues el enfrentarse es algo divino, y todo ser, hombre y mujer, y animal y piedra ya no se excluyen por su peculiaridad de ser, de la vida universal, sino que más bien coordinados en sus formas, ya liberados de la obscura cárcel, dispuestos a evadirse a lo infinito partiendo del obscuro anhelo, más bien como mensajeros de Dios y formando un cuerpo en plenitud magnífica, un cuerpo cuya cabeza descansa en el seno del Padre.

¡Sigue, pues, latiendo, corazón de la existencia, pulso del tiempo! ¡Instrumento del amor eterno! Tú enriqueces y nos devuelves una vez más a nuestra pobreza; nos atraes y nos repeles nuevamente, pero nosotros, en este flujo y reflujo, somos tu regalo. Tú bramas sobre nosotros en majestad, tú guardas un silencio profundo con tus estrellas, tú nos llenas sobreabundantemente hasta el borde y nos vacías absolutamente hasta el fondo. Y bramando, callando, llenando, vaciando, tú eres el Señor y nosotros somos tus siervos.