(De "El joven instruido" por San Juan Bosco)
El Señor ama de un modo especial a la juventud. Puesto que todos hemos sido creados para el paraíso, debemos, amados hijos, dirigir todas nuestras acciones a este único fin.
La eterna recompensa o el terrible castigo que nos esperan deben movernos a eso; pero lo que más ha de impulsarnos a amar y servir a Dios es el amor infinito que Él nos tiene.
Verdad es que ama a todos los hombres, por ser ellos obra de sus manos; sin embargo, profesa un afecto especial a la juventud, encontrando en ella sus delicias: Deliciae meae esse cum filiis hominum.
Dios os ama porque estáis en condiciones de hacer muchas buenas obras en vuestra vida, siendo propias de vuestra edad la sencillez, humildad e inocencia; y, en general, porque no habéis llegado aún a ser presa infeliz del enemigo infernal.
Nuestro divino Salvador, durante su vida mortal, dio también muestras de su especial benevolencia para con los niños.
Asegura que considera como hechos a Él mismo todos los beneficios que se hagan a los niños.
Amenaza terriblemente a los que con sus palabras o acciones los escandalicen:
“En verdad os digo, exclama, que si alguien escandalizare a alguno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgaran al cuello una rueda de molino y le arrojaran a lo más profundo del mar”. Se complacía en que los niños le quisiesen; y, llamándolos para que se le acercaran, los abrazaba y concluía por darles su santa bendición.
“Dejad, decía, dejad que los niños se acerquen a mí”: Sinite párvulos venire ad Me; demostrando así, ¡oh hijos míos!, que vosotros sois las delicias de su corazón.
Puesto que el Señor os ama tanto, dada la edad en que os encontráis, ¿no debéis formular un firme propósito de corresponderle, haciendo lodo cuanto le agrade y procurando evitar todo lo que puede disgustarle, probándole de este modo que vosotros también le amáis?