¡Oh Señor, cuanto padezco cuando revuelvo en mi pensamiento las cosas celestiales,
y luego se me ofrece un tropel de cosas del mundo!
Dios mío, no te alejes de mí, ni te desvíes con ira de tu siervo.
Resplandezca un rayo de tu claridad,
y destruya estas tinieblas; envía tus saetas,
y contúrbense todas las asechanzas del enemigo.
Recoge todos mis sentidos en Ti;
hazme olvidar todas las cosas mundanas,
otórgame desechar y apartar de mí aun las sombras de los vicios.
Socórreme, Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna.
Ven, suavidad celestial, y huya de tu presencia toda torpeza.