¡Señor, yo te bendigo, porque tengo esperanza!
Muy pronto mis tinieblas se enjoyarán de luz...
Hay un presentimiento de sol en lontananza;
¡me punzan mucho menos los clavos de mi cruz!
Mi frente, ayer marchita y obscura, se levanta
hoy, aguardando el místico beso del Ideal.
Mi corazón es nido celeste, donde canta
el ruiseñor de Alfeo su canción de cristal.
Dudé ¿por qué negarlo? y en las olas me hundía
como Pedro, a medida que más hondo dudé.
Pero tú me tendiste la diestra, y sonreía
tu boca murmurando: ¡hombre de poca fe!
¡Qué mengua! Desconfiaba de ti, como si fuese
algo imposible al alma que espera en el Señor;
como si quien demanda luz y amor, no pudiese
recibirlos del Padre: fuente de luz y amor.
Mas hoy, Señor, me humillo, y en sus crisoles fragua
una fe de diamante mi excelsa voluntad.
La arena me dio flores, la roca me dio agua,
me dio el simún frescura, y el tiempo eternidad.