Vivir a plenitud y para siempre

(De "Eternizar la vida" por Louis Evely)

Plenitud

Con frecuencia, dejo extrañados a quienes me escuchan al afirmar: «Debemos ser felices de inmediato, si no, no lo seremos nunca». Es una frase difícil de entender, pero reflexionemos: si nuestra felicidad dependiera de lo que nos falta, nunca seríamos felices.

Si no sabemos apreciar lo que tenemos, si no nos esforzamos en crear una vida cuyo sabor apreciemos, si simplemente esperamos una vida feliz, no la obtendremos nunca. Hemos de encontrar nuestras razones para ser felices allá donde estemos, en cualesquiera que sean nuestras condiciones... lo que no significa que nos esté prohibido mejorarlas.

Comprendamos bien esto: de nosotros sólo morirá lo que ya esté muerto, lo que no hayamos sabido mantener vivo. Lo que se depositará en nuestra tumba no será un cuerpo que volverá algún día a ser lo que fue. No, allí se depositará un desecho que ya es inadecuado para la vida. Lo que de nosotros resucitará será nuestra personalidad viva, la que hayamos sabido crear a partir de nuestros propios elementos.

Sólo la vida es portadora de vida. Sólo un ser vivo que ama, que confía en la vida, puede contagiar vida. Sólo él nos convence de que esta vida es más fuerte que la meramente biológica y puede durar para siempre. No hay vida verdaderamente humana si no estamos habitados por la esperanza de vivirla plenamente, de sacar partido de todas sus etapas y de aprovecharla para enriquecernos. De hecho, todo nuestro trabajo consiste en prepararnos para «despegar», para después aterrizar en un espacio más vasto.

La auténtica conversión consiste en el encuentro con una realidad de la que ya se vivía, con una palabra de verdad que ilumina. En este sentido, el Evangelio es para mí una revelación.

Jesús habla muy poco de la vida después de la muerte. Se refiere a ella en los términos convencionales de su época. Menciona una boda, un banquete, el vino nuevo y el paraíso para el buen ladrón.

Pero, en su enseñanza, Jesús habla de una vida eterna, que no es en absoluto futura, en la que hay que participar de inmediato. Una vida que hay que vivir desde el momento presente. Jesús habla de una conversión inmediata, por la cual quien comienza a creer en él tiene la vida eterna y jamás verá la muerte.

La predicación evangélica tiene un carácter de urgencia. No esperéis, no os hagáis ilusiones sobre una vida futura que vais a merecer por vuestras buenas obras. No; el reino de Dios está «ya» en medio de vosotros. ¿Participaremos en él o nos quedaremos fuera? Hay que decidirse ahora mismo.

Con qué vivir para siempre

Jesús nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Quien vive y cree en mí no morirá jamás».

Ésta es la fe en la resurrección. Quien esté animado de esta fe, animado por este mismo amor, tendrá con qué vivir para la eternidad.

Vivirás para siempre de aquello de lo que has empezado a vivir ahora.

Todos hemos experimentado ya el reino de Dios, desde el momento en que los hombres se aman, en que establecen entre ellos una verdadera comunicación, un verdadero reparto de los bienes, de la palabra, del perdón. Nunca existirá otra vida sino la que hayamos comenzado ya a vivir. No hay otro mundo. Y si Cristo está con nosotros hasta la consumación de los siglos, siempre está ocupado en la redención, en la liberación, en la reunión de todos los hijos de Dios para que formen un solo cuerpo.

En definitiva: ¿optamos desde ahora por vivir con Él para la eternidad?