(De "Cita con Jesucristo" por Michel Quoist)
Dios no está sólo. Si lo estuviera, sería monstruosamente egoísta. Son tres. Tres personas tan unidas que son un sólo Dios.
Amar, es olvidarse enteramente en favor del otro, darse totalmente, gratuitamente, para enriquecer al otro y hacerse uno con él.
En la trinidad, cada persona está totalmente «hacia» el otro: «Un pájaro que sería todo vuelo», cada persona es relación total hacia el otro: una «relación subsistente», dicen los teólogos.
Dios «es» amor.
«Todo lo que es mío es tuyo y todo lo que es tuyo es mío» (Jn 17, 10).
«Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30).
«Sabed que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn 10, 38).
Cada persona, en la trinidad, es
don total,
relación total,
amor total.
Hablando humanamente, diríamos que si parasen de darse, de amarse, dejarían de ser.
Dios ha creado al hombre a su imagen. Es decir, lo ha creado para el don y las «relaciones» con sus hermanos. Así, sólo puede realizarse plenamente dándose, amando a través de las relaciones individuales y colectivas.
Hemos de llegar a ser lo que somos. Debemos hacer que surja en nosotros la imagen de Dios, ir perfeccionándola poco a poco, como un escultor hace aparecer en el mármol el rostro soñado.
Sólo se puede «existir» olvidándose de uno mismo, para darse «a» los otros.
Sólo se puede «existir» siendo totalmente relación con los otros. La calidad de mis relaciones dará la medida de la hondura y el progreso de mi ser.
Cuanto más me olvide de mí para darme a los otros,
cuanto más me pierda para encontrar a los otros,
cuanto más me lance para alcanzar a los otros,
tanto más me convierto en imagen de Dios,
tanto más «soy» persona, como el Padre la ha soñado.
«Quien ama su vida, la echará a perder, y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25).
Todo lo que está hacia los otros es vida.
Todo lo que está hacia mí es muerte.
Cuando ayudo a los otros para que se olviden de sí mismos para darse, les ayudo a que crezca en ellos la imagen de Dios. Los hago «ser».
No hay «cosas pequeñas» cuando se trata de dar, el gesto más ínfimo en favor de los otros, aún en orden material, es un paso en favor del desarrollo del ser.
Dando es como se aprende a dar.
Cuando en la vida de cada día se presentan ocasiones de dar, es el Señor el que nos las ofrece para que podamos crecer.
Si siempre se me pide
no hacer, sino hacer hacer al otro,
no darle, sino ayudarle a dar,
no iniciar relaciones individuales con él, sino empujarle a que se relacione a su alrededor, dentro de los grupos naturales en los que vive inserto,
es para sacarle de sí mismo y hacer que llegue a ser hombre, según la imagen que Dios tiene de él desde toda la eternidad.
«Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12).
«Que todos sean uno, como tú. Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17, 21).
Si Jesús nos da su vida, es para elevar nuestro don y nuestro amor al plano del amor trinitario. Para que seamos auténticamente no sólo imagen de Dios, sino persona divinizada, para que edifiquemos no sólo el cuerpo de la «humanidad», sino el cuerpo de Cristo.
¿Qué soy yo, Señor?
¿Por qué hay en mí ese sabor de insatisfacción ?
¿Por qué esa impresión de estar de camino, en marcha,
de no ser ese ser hecho, estático, seguro, sólido, que me tranquilizaría y me ahorraría el esfuerzo?
Hay en mí una imagen de Dios que he de ir modelando libremente, paso a paso, día a día.
Estoy haciéndome...
y los otros, junto a mí, están haciéndose también,
y la humanidad entera, pueblo dolorosamente en marcha
hacia su unidad.
Yo te adoro, oh Dios, don absolutamente puro,
amor puro.
Te contemplo como mi todo y mi meta.
Haz que mi vida, Señor, toda entera, sea don,
haz que los otros no sean extranjeros para mí
sino hermanos,
Cada ruptura con ellos es una regresión,
cada puente tendido un progreso,
cada repliegue hacia mí es una parada en mi crecimiento:
un «no ser»,
cada don es una etapa hacia la plenitud: un «ser más».
Bajo tu mirada, Señor, hace falta que sea en el camino de los otros,
el que les invite a darse,
y así les haré el mayor de los servicios,
el de ayudarles a ser, «imagen de Dios», y dios en tu Hijo Jesucristo.