De pie

(De "Los Signos Sagrados" por Romano Guardini)

Hemos dicho que el respeto ante el Dios infinito requiere actitud comedida. Es Dios tan grande, y ante Él nosotros tan poca cosa, que el solo reparar en ello trasciende al exterior: nos empequeñece, nos fuerza a doblar la rodilla.

Mas puede también la reverencia mostrarse de otra suerte. Imagina que estás sentado, ora descansando, ora en conversación; llega de pronto una persona, para ti respetable, y te dirige la palabra. Puesto al punto de pie, le escuchas, y respondes a sus preguntas cortésmente erguido.

¿Qué viene a significar esa actitud? Ponerse de pie supone ante todo concentración de facultades y energías; de la postura de comodidad y abandono, pasamos a la de disciplina y rigidez.

Entraña además atención; porque el estar de pie es actitud expectante y despierta. Implica, en fin, ánimo dispuesto; porque, de pie, ya está uno listo para marchar, como también para cumplir en el acto una orden o comenzar el trabajo que se le asigna.

Tal es la otra manera de actitud respetuosa ante Dios. Aquélla, de rodillas, propia de la adoración y perseverancia en la quietud; ésta, de pie, atenta y activa, propia del siervo solícito y del soldado en armas.

De pie escuchan los fieles la Buena Nueva, es decir, el Evangelio, leído o cantado, en la Santa Misa. De pie asisten los padrinos en la pila bautismal, prometiendo por su ahijado la guarda constante de la fe. De pie los novios, cuando ante el altar por palabra mutua de fidelidad contraen matrimonio. Y en tantas otras ocasiones.

También para el individuo puede ser a las veces expresión viva de los sentimientos del alma el orar de pie. Los primeros cristianos gustaban de hacerlo así.

Conoces, sin duda, la imagen del Orante de las Catacumbas: cuerpo erguido, túnica descendente en nobles pliegues, brazos abiertos. Se le ve libre, pero disciplinado; apaciblemente atento a la palabra y presto a obrar con alegría.

No siempre podrás arrodillarte bien; estarías cohibido. En tales casos, bueno será te pongas de pie; es postura de libertad. Pero que sea un verdadero estar de pie. En ambos pies, y sin apoyarse. Las rodillas tensas, no encorvada una con dejadez. Recto y compuesto.

En esta actitud la oración es austera y libre a la vez, reverente y pronta a obrar.