verdura densa,
piedras de oro,
cielo de plata!
Del agua surge la verdura densa;
de la verdura,
como espigas gigantes, las torres
que en el cielo burilan
en plata su oro.
Son cuatro fajas:
la del río, sobre ella la alameda,
la ciudadana torre
y el cielo en que reposa.
Y todo descansando sobre el agua,
flúido cimiento,
agua de siglos,
espejo de hermosura.
La ciudad, en el cielo pintada
con luz inmoble;
inmoble se halla todo,
el agua inmoble,
inmóviles los álamos,
quietas las torres en el cielo quieto.
Y es todo el mundo;
detrás no hay nada.
Con la ciudad enfrente me hallo solo,
y Dios entero
respira entre ella y yo toda su gloria.
A la gloria de Dios se alzan las torres,
a su gloria los álamos,
a su gloria los cielos,
y las aguas descansan a su gloria.
El tiempo se recoge;
desarrolla lo eterno sus entrañas;
se lavan los cuidados y congojas
en las aguas inmobles,
en los inmobles álamos,
en las torres pintadas en el cielo,
mar de altos mundos.
El reposo reposa en la hermosura
del corazón de Dios, que así nos abre
tesoros de su gloria.
Nada deseo;
mi voluntad descansa.
mi voluntad reclina
de Dios en el regazo su cabeza.
y duerme y sueña...
Sueña en descanso
toda aquesta visión de alta hermosura.
¡Hermosura! ¡Hermosura!
Descanso de las almas doloridas,
enfermas de querer sin esperanza.
¡Santa hermosura.
solución al enigma!
Tú matarás la Esfinge.
tú reposas en ti sin más cimiento.
Gloria de Dios, te bastas.
¿Qué quieren esas torres?
Ese cielo, ¿qué quiere?
¿qué la verdura?
¿y qué las aguas?
Nada, no quieren;
su voluntad murióse;
descansan en el seno
de la Hermosura eterna;
son palabras de Dios limpias de todo
querer humano.
Son la oración de Dios, que se regala
cansándose a sí mismo,
y así mata las penas.
La noche cae; despierto,
me vuelve la congoja,
la espléndida visión se ha derretido,
vuelvo a ser hombre.
Y ahora dime, Señor, dime al oído:
tanta hermosura,
¿matará nuestra muerte?