(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)
Si alguno quiere venir en pos de Mí, nieguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame. Porque quien quisiere salvar su vida la perderá, pero quien perdiere su vida por amor de Mí la salvará (Lc 9,23-24).
He ahí tu cruz, Señor.
¡«Tu» cruz, como si hubiera realmente una cruz «tuya»!
No, Tú no tenías cruz ninguna, Tú viniste a buscar las nuestras, y a todo lo largo de tu vida, a lo largo de todo tu camino, de tu pasión, has ido tomando — uno a uno — los pecados del mundo.
Ahora, pues, camina,
dóblate,
sufre.
Pero sigue caminando.
Es necesario que alguien lleve la Cruz.
Señor, Tú caminas en silencio.
¿Es que entonces hay un tiempo para hablar y otro para callar?
¿es que hay un tiempo de luchar y otro de aceptar este silencioso llevar todos los pecados del mundo
y los nuestros?
A mí me ilusionaría batirme enarbolando la cruz; pero llevarla es duro, y, cuanto más avanzo y más
miro el mal del mundo, la cruz se hace más pesada en mi espalda.
Señor, ayúdame a comprender que la acción más generosa no es nada si no es al mismo tiempo silenciosa Redención.
Y, puesto que Tú has querido para mí este largo Via Crucis,
ayúdame cada mañana a reemprenderlo.