En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
- Hijo de David, ten compasión de mí.
Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
- Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
- Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
- Ánimo, levántate que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
- ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
- Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo
- Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
REFLEXIÓN (de "Espíritu y mensaje de la liturgia dominical - Año B" por Johan Konings):
Aunque siguiendo los pasos del siervo sufriente, la subida de Jesús a Jerusalén no deja de ser también la llegada del mesías. Si, en los domingos anteriores, la liturgia acentuó, en el paradójico mesianismo de Jesús, la parte del aniquilamiento, hoy insiste en un signo mesiánico evidente: la curación de un ciego. La revelación de Jesús como mesías "diferente" surge, por tanto, de la dialéctica entre lo que se esperaba del mesías y lo que no se esperaba de él.
Después de la incomprensión de los discípulos en Mc 8,14-21, Jesús se manifiesta como mesías abriendo los ojos al ciego de Betsaida. El milagro no puede ser publicado, pero los "iniciados" (los discípulos) ya ven bastante para que, inmediatamente después, Pedro haga su profesión de fe: "Tú eres el mesías", pero sin saber lo que eso significa, pues él piensa en categorías humanas. Al final de los anuncios de la pasión, sección en la que los discípulos son instruidos sobre la naturaleza de la misión de Cristo, aunque sin entenderla plenamente, Jesús cura nuevamente a un ciego: Bartimeo, el ciego de Jericó. A éste, Jesús no le prohibe publicar lo sucedido; por el contrario, el hombre "sigue a Jesús".
Pues ha llegado la hora de revelar su mesianismo, no solo a los iniciados, sino a la multitud reunida en Jerusalén. La curación de Bartimeo sucede a la salida de Jesús de Jericó, en dirección de Jerusalén, en donde poco después Jesús será acogido como el rey mesiánico. Por tanto, podemos decir que, al abrir los ojos a Bartimeo, Jesús deja entrever su mesianismo a todo el pueblo de Israel.
Pues abrir los ojos a los ciegos era un signo mesiánico de importancia. La Primera Lectura de este Domingo trae una profecía de Jeremías para animar al "resto de Israel", las tribus del norte, deportadas por los asidos en el 721 aC, sugiriéndoles la perspectiva del regreso (pues en el tiempo de Josías, al comenzar Jeremías su ministerio profético, Asiria estaba muy débil y Josías reconquistando a Samaría). Las tribus serán reunidas. Aun los ciegos y los cojos entrarán ahí. Bartimeo es el representante de esta profecía, cuando Jesús sale de Jericó, en dirección hacia Jerusalén, centro de la antigua alianza.
Pero Bartimeo es también el prototipo del que quiere ver. Esta es la condición necesaria para la salvación. El se salva, porque tiene fe. Lo demostró de manera palpable, insistiendo en llamar la atención de Jesús, a pesar de la reprimendas de la multitud y de los mismos discípulos. Invoca a Jesús como mesías ("hijo de David"), ante toda la multitud, y Jesús confirma su invocación atendiéndolo. Presentimos aquí a las multitudes de Jerusalén, aclamando a Jesús como a quien hace presente el "reino de nuestro padre David". Pero, a pesar de todo el entusiasmo, él continuará su camino hasta el Gólgota.
La liturgia de los domingos del tiempo ordinario no acompaña a Jesús en el resto del camino de la cruz: lo hace la semana santa. Por tanto, será bueno en este domingo hacer una meditación sintética sobre este camino que estamos siguiendo desde hace algunos domingos. Camino paradójico de signos y desconocimiento, fe e incomprensión, entusiasmo y aniquilamiento... Cada uno trae en sí alguna esperanza mesiánica, alguna utopía. ¿Será que ésta se mide por el criterio de Cristo que demuestra ser, al mismo tiempo, la negación y la plenitud de lo que esperamos? Para recibir en plenitud, necesitamos admitir una revisión de lo que esperamos.
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Después de la incomprensión de los discípulos en Mc 8,14-21, Jesús se manifiesta como mesías abriendo los ojos al ciego de Betsaida. El milagro no puede ser publicado, pero los "iniciados" (los discípulos) ya ven bastante para que, inmediatamente después, Pedro haga su profesión de fe: "Tú eres el mesías", pero sin saber lo que eso significa, pues él piensa en categorías humanas. Al final de los anuncios de la pasión, sección en la que los discípulos son instruidos sobre la naturaleza de la misión de Cristo, aunque sin entenderla plenamente, Jesús cura nuevamente a un ciego: Bartimeo, el ciego de Jericó. A éste, Jesús no le prohibe publicar lo sucedido; por el contrario, el hombre "sigue a Jesús".
Pues ha llegado la hora de revelar su mesianismo, no solo a los iniciados, sino a la multitud reunida en Jerusalén. La curación de Bartimeo sucede a la salida de Jesús de Jericó, en dirección de Jerusalén, en donde poco después Jesús será acogido como el rey mesiánico. Por tanto, podemos decir que, al abrir los ojos a Bartimeo, Jesús deja entrever su mesianismo a todo el pueblo de Israel.
Pues abrir los ojos a los ciegos era un signo mesiánico de importancia. La Primera Lectura de este Domingo trae una profecía de Jeremías para animar al "resto de Israel", las tribus del norte, deportadas por los asidos en el 721 aC, sugiriéndoles la perspectiva del regreso (pues en el tiempo de Josías, al comenzar Jeremías su ministerio profético, Asiria estaba muy débil y Josías reconquistando a Samaría). Las tribus serán reunidas. Aun los ciegos y los cojos entrarán ahí. Bartimeo es el representante de esta profecía, cuando Jesús sale de Jericó, en dirección hacia Jerusalén, centro de la antigua alianza.
Pero Bartimeo es también el prototipo del que quiere ver. Esta es la condición necesaria para la salvación. El se salva, porque tiene fe. Lo demostró de manera palpable, insistiendo en llamar la atención de Jesús, a pesar de la reprimendas de la multitud y de los mismos discípulos. Invoca a Jesús como mesías ("hijo de David"), ante toda la multitud, y Jesús confirma su invocación atendiéndolo. Presentimos aquí a las multitudes de Jerusalén, aclamando a Jesús como a quien hace presente el "reino de nuestro padre David". Pero, a pesar de todo el entusiasmo, él continuará su camino hasta el Gólgota.
La liturgia de los domingos del tiempo ordinario no acompaña a Jesús en el resto del camino de la cruz: lo hace la semana santa. Por tanto, será bueno en este domingo hacer una meditación sintética sobre este camino que estamos siguiendo desde hace algunos domingos. Camino paradójico de signos y desconocimiento, fe e incomprensión, entusiasmo y aniquilamiento... Cada uno trae en sí alguna esperanza mesiánica, alguna utopía. ¿Será que ésta se mide por el criterio de Cristo que demuestra ser, al mismo tiempo, la negación y la plenitud de lo que esperamos? Para recibir en plenitud, necesitamos admitir una revisión de lo que esperamos.
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