¡Oh Dios!, debo confesarte y confesarme a mí mismo algo que una vez más me ha causado extrañeza. Me resulta difícil ver tu creación tan hermosa como sin duda lo es.
La Sagrada Escritura halla admirable tu creación; todos los poetas la cantan, incluso San Francisco en su cántico al sol, cuya última estrofa sobre la muerte es la que más me llega al alma.
La Sagrada Escritura halla admirable tu creación; todos los poetas la cantan, incluso San Francisco en su cántico al sol, cuya última estrofa sobre la muerte es la que más me llega al alma.
Sí, lo sé, es culpa mía, es mi apatía, el desgaste de mis fuerzas espirituales lo que me impide dejarme arrebatar ante la contemplación del mar, de los montes nevados, de los bosques sombríos, del cosmos con sus millones de años luz y su curso veloz.
Aunque tampoco me estremece el horror de un Reinhold Schneider ante la recíproca destrucción de la Naturaleza en la que unos seres se devoran a otros (aun cuando Pablo me impide considerar este dolor de la Naturaleza como evidente), confieso, no obstante, que lamentablemente no siento como algo espontáneo e inmediato la magnificencia de tu creación, de la Naturaleza.
Aunque tampoco me estremece el horror de un Reinhold Schneider ante la recíproca destrucción de la Naturaleza en la que unos seres se devoran a otros (aun cuando Pablo me impide considerar este dolor de la Naturaleza como evidente), confieso, no obstante, que lamentablemente no siento como algo espontáneo e inmediato la magnificencia de tu creación, de la Naturaleza.
Hay bastante que ver, que oír, que oler en tu creación, por lo que el corazón pudiera y debiera alegrarse y dar gracias. Lo comprendo, pero mi corazón no rompe en un grito de júbilo. ¿Lo atribuyes benévolamente a la edad, que me atrofia y me seca? ¿Debo ser paciente conmigo mismo o debo obligarme con imperativos morales a unirme al coro de los poetas para cantar el poder, la excelencia, lo dulce y lo terrible de tu creación y por ahí vislumbrar quién eres Tú?
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol
que alumbra y abre el día y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor
y las estrellas claras que tu poder creó
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego que alumbra al irse el sol
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición,
la hermana madre tierra que da en toca ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor.
Se puede también orar con un lenguaje que sobrepasa los propios sentimientos. Por esto también esta oración, que yo hago con palabras de San Francisco, puede ser escuchada por ti, Creador de todas las cosas, Creador de este hermoso mundo. Amén.