Excelencia maravillosa de la Sabiduría eterna

(De "El amor de la Sabiduría eterna" por San Luis María Grignon de Montfort)
  
El Espíritu Santo se ha dignado revelarnos la excelencia de la Sabiduría –en el capítulo 8 del libro de la Sabiduría– en términos tan sublimes, que bastará reproducirlos y acompañarlos de cortas reflexiones.

La Sabiduría alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto.

Nada tan dulce como la Sabiduría: dulce en sí misma, sin amargura; dulce para quienes la aman, sin dejar desazón; dulce en su modo de obrar, sin violentar a nadie. Frecuentemente, se diría que no está presente en los accidentes y trastornos que acontecen: tan secreta y suave es la Sabiduría. Pero, siendo una fuerza invencible, lo encamina todo, insensible pero vigorosamente, a su meta por vías que los hombres desconocen.

Es preciso que el sabio sea, a ejemplo suyo, suavemente fuerte y fuertemente suave.

La quise y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura.
Quien desee adquirir el gran tesoro de la Sabiduría debe, a ejemplo de Salomón, buscarla:
1) desde temprano y, a ser posible, desde la infancia;
2) espiritual y castamente, como un casto esposo a su esposa;
3) perseverantemente, hasta el fin, hasta alcanzarla.
Es cierto que la Sabiduría eterna tiene tanto amor a las almas, que llega hasta el extremo de desposarse con ellas y contraer con ellas un matrimonio espiritual, pero auténtico, que el mundo desconoce, pero del cual la historia nos ofrece numerosos ejemplos.

Su intimidad con Dios realza su nobleza, siendo el dueño de todo quien la ama.

La Sabiduría es Dios mismo; ésta es la gloria de su origen. El Padre encuentra en ella todas sus complacencias, como El mismo lo asevera. ¡Es así como es amada!

Es confidente del saber divino y selecciona sus obras.

Solamente la Sabiduría ilumina a todo hombre que viene al mundo. 3 Efectivamente, sólo ella viene del cielo para revelarnos los secretos de Dios. Y no tenemos más verdadero maestro que esta Sabiduría encarnada, que se llama Jesucristo. Unicamente ella conduce a su meta todas las obras de Dios, de modo especial a los santos, dándoles a conocer lo que deben hacer y llevándoles a saborear y realizar cuanto les dio a conocer.

Si la riqueza es un bien apetecible en la vida,
¿quién es más rico que la sabiduría,
que lo realiza todo?
Y si es la inteligencia quien lo realiza,
¿quién es artífice de cuanto existe más que ella?
Si alguien ama la rectitud,
las virtudes son frutos de sus afanes;
es maestra de templanza y prudencia,
de justicia y fortaleza;
para los hombres no hay en la vida
nada más provechoso que esto.

Salomón demuestra que, no debiendo amar más que a la Sabiduría, de ella sola hemos de esperarlo todo: bienes de fortuna, conocimiento de los secretos de la naturaleza, bienes del alma, virtudes teologales y cardinales.

Y si alguien ambiciona una rica experiencia,
ella conoce el pasado y adivina el futuro,
sabe los dichos ingeniosos
y la solución de los enigmas,
comprende de antemano los signos y prodigios
y el desenlace de cada momento, de cada época.

Quien desee poseer una ciencia nada común y que no sea árida y superficial, sino extraordinaria, santa y profunda, de las realidades de la gracia y de la naturaleza, debe poner todo su empeño en adquirir la Sabiduría, sin la cual el hombre –aunque sabio delante de los demás– es considerado en nada ante los ojos de Dios: Nadie les hace caso.

Por eso decidí unir nuestras vidas, 
seguro de que sería mi consejera en la dicha,
mi alivio en la pesadumbre y la tristeza.

¿Quién podrá considerarse pobre poseyendo a la Sabiduría, que es tan rica y generosa? ¿Quién podrá estar triste teniendo a la Sabiduría, que es tan dulce, hermosa y tierna? Y, sin embargo, ¿quién –de cuantos buscan la Sabiduría– dice sinceramente con Salomón: Por eso decidí? La mayoría no ha tomado esta sincera resolución: tiene sólo veleidades o, a lo sumo, propósitos vacilantes o indiferentes. ¡Por ello, jamás encontrará la Sabiduría!

Gracias a ella, me elogiará la asamblea
y, aun siendo joven, me honrarán los ancianos;
en los procesos lucirá mi agudeza
y seré la admiración de los monarcas;
si callo, estarán a la expectativa;
si tomo la palabra, prestarán atención,
y si me alargo hablando,
se llevarán la mano a la boca.
Gracias a ella alcanzaré la inmortalidad
y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero.
Gobernaré pueblos, someteré naciones.

Sobre estas palabras, en las que el sabio se alaba a sí mismo, San Gregorio hace la siguiente reflexión: "Los que han sido escogidos por Dios para escribir sus sagradas palabras, estando como están llenos del Espíritu Santo, salen, en cierto modo, de sí mismos para entrar en aquel que los posee, y, transformados así en la lengua de Dios, consideran sólo a Dios en lo que dicen y hablan de sí mismos como si  lo  hicieran de un tercero."

Soberanos temibles se asustarán al oír mi nombre;
con el pueblo me mostraré bueno,
y en la guerra, valeroso.
Al volver a casa descansaré a su lado,
pues su trato no desazona;
su intimidad no deprime, sino que regocija y alegra.
Esto es lo que yo pensaba
y sopesaba para mis adentros:
la inmortalidad consiste
en emparentar con la sabiduría;
su amistad es noble deleite;
el trabajo de sus manos, riqueza inagotable;
su trato asiduo, prudencia
conversar con ella, celebridad;
entonces me puse a dar vueltas tratando de llevármela a casa.

El autor sagrado, luego de resumir en pocas palabras lo que acaba de explicar, saca esta conclusión: Me puse a dar vueltas... Para adquirir la Sabiduría hay que buscarla con ardor, es decir, es preciso estar dispuestos a dejarlo todo, a sufrirlo todo y a emprenderlo todo para llegar a poseerla. Pocos la encuentran, porque pocos la buscan como ella lo merece.

El Espíritu Santo habla en el capítulo 7 de este libro sobre la excelencia de la Sabiduría en los siguientes términos:
Es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todo vigilante, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos. La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento; y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo. Por fin, es un tesoro inagotable para los hombres; los que la adquieren se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda.
Tras palabras tan enérgicas y tiernas del Espíritu Santo para hacernos comprender la belleza, valor y tesoros de la Sabiduría, ¿quién no la amará y buscará con todas sus fuerzas? ¡Tanto más cuanto que se trata de un tesoro infinito, propio del hombre, para el cual fue creado el hombre, y que la Sabiduría misma tiene infinitos deseos de darse al hombre!