Renovamos la fe, la esperanza, la caridad.
Esta es la fuente del espíritu de penitencia, del deseo de purificación.
La Cuaresma no es sólo una ocasión para intensificar nuestras prácticas externas de mortificación:
si pensásemos que es sólo eso, se nos escaparía su hondo sentido en la vida cristiana,
porque esos actos externos son —repito— fruto de la fe, de la esperanza y del amor.