En aquel tiempo proclamaba Juan:
—Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias.
Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
—Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.
REFLEXIÓN (de "Enséñame tus caminos" por José Aldazábal):
El protagonismo del Espíritu
En la escena del Bautismo de Jesús en el Jordán aparece explícitamente el protagonismo del Espíritu, en forma de paloma que se posa sobre él. No sabemos bien por qué la paloma: ¿por ser un ave sutil, mansa, símbolo de la paz? ¿o como reminiscencia del Génesis, que nos cuenta que el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas primordiales y las llenó de vida?
Ese mismo Espíritu del origen del mundo es el que se prometía al Siervo de Yahvé, y se daba a los profetas y reyes en el AT como símbolo de la fuerza de Dios que les iba a acompañar en su misión. Es el mismo Espíritu que intervino en la encarnación humana del Hijo de Dios, en el seno de María de Nazaret, "por obra del Espíritu", y el que actuaría luego en el sepulcro de Jesús, resucitándole de entre los muertos a una vida nueva.
En el Jordán se posó este Espíritu sobre Jesús. Pedro nos dice que Jesús fue "ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo". Cuando se escribieron los evangelios y el libro de los Hechos, la comunidad cristiana tenía amplia experiencia de que el Espíritu iba guiando sus pasos y llenándola de su gracia. Como lo sigue haciendo en nuestro tiempo. También ahora, por medio de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, y por la riqueza de sus carismas e impulsos, el Espíritu continuamente nos empuja a la misión y a la evangelización.
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