Marcos 13,33-37: ¡velad!


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

—Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.

Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.

Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!

REFLEXIÓN (del Rezo del Ángelus del por el Papa san Juan Pablo II el domingo 1 de diciembre del 2002):

Comienza hoy, con el primer domingo de Adviento, un nuevo Año litúrgico. El Dios de la alianza se reveló en la historia, y en la historia la Iglesia celebra su misterio de salvación: la encarnación, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor Jesucristo. Así, el camino de los creyentes se renueva continuamente, en tensión entre el "ya" realizado por Cristo y el "todavía no" de su manifestación plena.

Dios es el futuro del hombre y del mundo. Si pierde el sentido de Dios, la humanidad se cierra al futuro y pierde inevitablemente la perspectiva de su peregrinación en el tiempo. ¿Por qué nacer?, ¿por qué morir?, ¿por qué sacrificarse?, ¿por qué sufrir?

El cristianismo ofrece a estos interrogantes una respuesta satisfactoria. Por eso Cristo es la esperanza de la humanidad. Él es el sentido verdadero de nuestro presente, porque es nuestro futuro seguro.

El Adviento nos recuerda que vino, pero también que vendrá. Y la vida de los creyentes es espera continua y vigilante de su venida. San Marcos, que hoy subraya con insistencia la invitación a vigilar y esperar, a lo largo de todo el nuevo Año litúrgico nos guiará al descubrimiento del misterio de Cristo.

En el pasaje de hoy, tomado del segundo de los grandes discursos de Jesús, el evangelista pone de relieve el sentido último de la historia y de la creación misma, y nos exhorta a hacer de toda nuestra existencia una búsqueda incesante de Cristo. Del encuentro con él y de la contemplación de su rostro brota el celo misionero que nos hace salir de la monotonía de la vida diaria para ser sus testigos valientes.

En este camino de conversión y de compromiso apostólico nos acompaña María, aurora luminosa y guía segura de nuestros pasos. Lo hace, de modo especial, invitándonos a contemplar los misterios gozosos del Rosario. Nos dirigimos a ella con confianza, mientras nos preparamos para celebrar la fiesta solemne de su Inmaculada Concepción.

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