Allí, junto a aquel pozo,
convidaste, Señor, a mi alma herida
con las aguas eternas, que, gustadas,
encienden más la sed del agua viva.
Ella, la pecadora,
del mal de tus ausencias padecía,
y en un instante descubrió los hondos,
los claros manantiales de la dicha.
Nueva samaritana,
mi alma se hace, Señor, la encontradiza
en tus caminos interiores.
¡Oye,
no pases tan de prisa!
¡He aquí el pozo, el corazón, el agua;
reposa tu fatiga!
¡Oiga yo tus palabras! Haga un alto
tu amor en mi conquista!
¡He aquí el brocal del corazón! Sentaos
aquí, junto a mi vida!