Todo

(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)

El Evangelio predicado en su totalidad, sólo admite tres respuestas: entusiasmo, espanto o escándalo.

No puede menos de originar las más violentas reacciones por su total oposición al hombre pecador y al «mundo».

Cada vez que un hombre leal es alcanzado por el Evangelio, ve tambalearse los más hondos principios de su vida.

La exigencia de Cristo no soporta las medias tintas.

Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y cuando os calumnien de mil modos por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa (Mt 5,11-12).

No penséis que he venido a poner paz en la tierra, no vine a traer paz sino espada (Mt 10,34).

Si el mundo os aborrece, sabed que antes me aborreció a Mí. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero porque no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de mis palabras: «No es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a Mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,18-20).

He oído predicar el Evangelio a un sacerdote que vivía el Evangelio.
Los pequeños, los pobres, quedaron entusiasmados,
los grandes, los ricos, salieron escandalizados,
y yo pensé que bastaría predicar sólo un poco el Evangelio para que los que frecuentan las iglesias se alejaran de ellas y para que los que no las conocen las llenaran.
Yo pensé que era una mala señal para un cristiano el ser apreciado por la «gente bien».
Haría falta —creo yo— que nos señalaran con el dedo tratándonos de locos o revolucionarios.
Haría falta —creo yo— que nos armasen líos, que firmasen denuncias contra nosotros, que intentaran quitarnos de en medio.

Esta tarde, Señor, tengo miedo,
tengo miedo porque sé que tu Evangelio es terrible:
es fácil oírlo predicar,
es todavía relativamente fácil no escandalizarse de él,
pero vivirlo... vivirlo es bien difícil.

Tengo miedo de estarme equivocando, Señor.
Tengo miedo de estar satisfecho con mi vidita decorosa,
tengo miedo de las buenas costumbres que yo tomo por virtudes,
tengo miedo de mis pequeños esfuerzos que me dan la impresión de avanzar,
tengo miedo de mis actividades que me hacen creer que me entrego,
tengo miedo de mis sabias organizaciones que yo tomo por éxitos,
tengo miedo de mi influencia: me imagino que transforma las vidas,
tengo miedo de lo que doy, pues me esconde lo que no doy,
tengo miedo porque hay gente que es más pobre que yo,
los hay peor instruidos que yo
peor desarrollados
peor albergados
peor abrigados
pero pagados
peor alimentados
menos acariciados
menos amados.
Yo tengo miedo, Señor, pues no hago bastante por ellos,
no hago todo por ellos.

Sería necesario que yo lo diera todo
sería necesario que yo lo diese todo hasta que no quedara ni un solo sufrimiento,
ni una sola miseria, ni un solo pecado en el mundo.
Haría falta, Señor, que yo lo diera todo, todo y siempre.

Haría falta que yo diera mi vida.
Pero no, esto no puede ser verdad del todo,
no puede ser verdad para todos.
Estoy exagerando, hay que ser razonables.

Hijo mío, no hay más que un solo mandamiento para todos:
«Amarás con todo el corazón,
con toda el alma,
con todas sus fuerzas».