En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
-Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que, vayan a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replicó:
-No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
-Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
-Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
REFLEXIÓN (de "Enséñame tus caminos - Domingos ciclo A" por José Aldazábal):
Jesús quiere retirarse con los suyos a un lugar tranquilo, pero la gente le sigue y él, una vez más, se compadece de tantas personas que buscan el sentido de la vida (en otra ocasión dijo que los veía "como ovejas sin pastor"). Están en el desierto. Les atiende, cura a los enfermos y luego da de comer a la gente multiplicando los panes y los peces que le presentan (la comida habitual para los galileos). Es un episodio lleno de simbolismo, en el que seguramente los evangelios ven el paralelo y el cumplimiento perfecto de los milagros parecidos de Moisés o de Elíseo en el AT.
La multiplicación de los panes es un milagro al que los evangelios le dan mucha importancia: nada menos que seis veces aparece su descripción. De ellas, dos en Mateo, de las que leemos la primera. Probablemente se trata de dos episodios distintos. El número de cinco mil seguramente es un número no estadístico sino simbólico, aunque no sepamos exactamente en qué clave habría que interpretarlo.
La comida y la bebida de Dios, la comida verdadera
Dios sabe del hambre y de la sed de la humanidad y nos da beber y de comer. La invitación es muy antigua, y nos la ha transmitido Isaías: "Acudid por agua... venid, comed sin pagar vino y leche gratis... comeréis bien..."
Lo hemos experimentado de una manera más concreta y plena cuando Cristo Jesús, el Hijo de ese Dios misericordioso, ha pasado por la vida "haciendo el bien" y atendiendo a todos los que pasaban malos momentos. Esta multiplicación de panes -y además, en abundancia: sobra comida: señal de que han llegado los tiempos mesiánicos- se enmarca en toda una vida en que aparece Jesús curando, escuchando, enseñando, consolando, resucitando, perdonando. Además de su poder divino, Jesús muestra una y otra vez un corazón lleno de misericordia.
No sólo hay hambre de pan. Lo que más regaló Jesús a sus contemporáneos fue esperanza y sentido de la vida. El profeta Isaías apunta a cuál es el alimento verdadero: "¿por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?". El profeta nos habla de la Palabra y de la Alianza que nos ofrece Dios. La metáfora de la comida y de la bebida es muy apropiada para hacer comprender otros bienes que nos regala Dios: su cercanía, su perdón, su amor. Como hizo tantas veces Jesús, que utilizó el ambiente de una comida, o a veces la imagen de la misma, para proclamar el perdón y la salvación de Dios.
También a los cristianos de nuestro tiempo nos ofrece Dios la verdadera respuesta a nuestras preguntas y hambres.
Dadles vosotros de comer
Además, nos invita a que nosotros, por nuestra parte, demos de comer a los demás. Los apóstoles tenían buen corazón. De ellos salió la idea de que la gente debía estar ya muy cansada y hambrienta. Era hora de enviarlos a descansar y a alimentarse. Pero para Jesús eso no bastaba.
En un primer momento, parece como si Jesús quisiera poner a prueba a sus discípulos. Les dice: "dadles vosotros de comer". Pero ¿cómo iban a poder dar de comer a tanta gente si tenían sólo cinco panes y dos peces? Menos mal que Jesús está dispuesto a salir al paso del problema con su milagro.
Pero sigue en pie la primera consigna de Jesús: dadles vosotros de comer. No todo lo hace Dios. No todo lo provee Cristo con su milagro. Es interesante el matiz que aporta Mateo: Cristo da los panes y peces multiplicados a los discípulos, y luego estos se los dan a la gente. Los cristianos, los discípulos de Jesús, deben compartir con él su compasión y su sintonía con el hambriento. En todos los sentidos del hambre y de la sed. Los cristianos somos colaboradores de ese Dios y de ese Cristo que quiere saciar el hambre y la sed de la humanidad.
Consigna que sigue en pie para su comunidad eclesial: ¿no es lo que está haciendo en el mundo, hace ya dos mil años? ¿a cuántos ha partido la comunidad cristiana el Pan con mayúscula de la Eucaristía y los demás sacramentos, y el pan con minúscula de la atención sanitaria, del alimento, del consuelo, de la cultura? La Iglesia, o sea nosotros, aprendemos continuamente la lección de solidaridad y buen corazón de Cristo Jesús.
La caridad de Cristo es concreta. La caridad de sus seguidores lo debe ser también: la atención a los enfermos, a los ancianos, a los que física o moralmente tienen hambre y sed, a los familiares o amigos en situación difícil, a los inmigrantes que encuentran difícil la incorporación a nuestra sociedad...
Nosotros no podremos hacer milagros. Pero sí podemos atender al que pasa necesidad y dedicarle nuestro tiempo, nuestro interés, y todos los medios,morales y materiales que estén a nuestro alcance. Eso no sólo con los del Tercer Mundo, sino también con los más cercanos a nosotros, empezando por nuestra propia comunidad y familia. A nuestro lado hay personas que tienen sed, que pasan hambre: de agua, de pan, y también de amor y de felicidad y de sentido de la vida.
Muchas personas están verdaderamente en el desierto, perdidas por el mundo, como la gente que seguía a Jesús, con sus carencias de paz, de amor, de comunicación, de seguridad, de sentido de la vida. ¿Conocemos nosotros la situación de nuestro mundo?, ¿sintonizamos con las grandes preocupaciones de la humanidad?, ¿qué hacemos para salir al paso de esa sed y de esa hambre?, ¿se nos ocurre sólo invitarles a que se vayan a comprar comida al pueblo vecino?
En el juicio final, que nos contará Mateo en uno de sus últimos capítulos, la primera prueba o test de si hemos sido buenos discípulos de Jesús y merecemos su Reino va a ser esta: si hemos dado o no de comer al hambriento.
Además, él lo interpreta como un gesto hecho (o no hecho) a él mismo: "tenía hambre y me disteis de comer... a mí me lo hicisteis". Vale la pena recoger también el matiz de Isaías: "acudid a por agua también los que no tenéis dinero... tomad sin pagar vino y leche gratis". Dar gratis, porque también nosotros recibimos gratis los dones de Dios.
Tomad y comed, tomad y bebed
En la Eucaristía tenemos nosotros más suerte que los que comieron los panes y peces milagrosamente multiplicados por Jesús. En la Eucaristía tenemos un sacramento admirable, en el que el mismo Jesús se ha querido convertir en alimento para nuestro camino.
Cristo se nos da como la Palabra: es nuestro Maestro, que continuamente nos enseña los caminos de Dios, y se nos da como comida y alimento de vida eterna: partimos el pan y repartimos el vino, que él nos ha dicho -y su palabra se mantiene veraz para siempre- que son su propio Cuerpo y su propia Sangre. Él ya sabía que nuestro camino era difícil. Que muchas veces nos encontraríamos perdidos en el desierto y sufriríamos sus cansancios y hambres. Por eso pensó en este sacramento. En el Padrenuestro pedimos a Dios: "danos hoy nuestro pan de cada día". Ciertamente Dios nos ha dado el mejor Pan: Cristo mismo.
También en la Eucaristía podemos cumplir la consigna de Jesús: "dadles vosotros de comer". Los diversos ministerios que se ponen en marcha en la vida de la comunidad (catequistas, educadores, atención sanitaria a los enfermos y ancianos, acompañamiento a los inmigrantes o a los marginados) se concretan también dentro de la celebración litúrgica: no sólo podemos celebrar bien nosotros, y en profundidad, el sacramento de la Eucaristía, sino también ayudar a los demás, transmitiéndoles, como hicieron los primeros discípulos, la comida multiplicada por Cristo, la Palabra, la invitación a la oración, la posibilidad del canto, la explicación de la Palabra, la Eucaristía misma... Proclamar bien las lecturas bíblicas, dirigir bien los oportunos cantos, guiar la celebración con bien preparadas moniciones, y sobre todo el ministerio de la presidencia y la homilía, ayudan a todos a aprovechar más ese alimento que Cristo nos ofrece.
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