a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores,
así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse,
sino que, desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre,
es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla,
que encierra en sí la misma facultad y la tendencia al amor.