A veces una pequeñez cuesta más que algo grande.
Antes de cada confesión recordaré la Pasión del Señor Jesús
y con esto despertaré la contrición del corazón.
Si es posible, con la gracia de Dios, ejercitarse siempre en el dolor perfecto.
A esta contrición le dedicaré más tiempo.
Antes de acercarme a la rejilla,
entraré en el Corazón abierto y misericordiosísimo del Salvador.
Cuando me aleje de la rejilla,
despertaré en mi alma una gran gratitud hacia la Santísima Trinidad
por este extraordinario e inconcebible milagro de la misericordia que se produce en el alma;
y cuanto más miserable es mi alma,
tanto mejor siento que el mar de la misericordia de Dios me absorbe
y me da una enorme fuerza y fortaleza.