Si no morimos a nosotros mismos,
y si nuestras devociones más santas no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda,
no produciremos frutos que valgan la pena y nuestras devociones serán inútiles;
todas nuestras justicias quedarán manchadas por nuestro amor propio y nuestras voluntad propia,
y esto hará que Dios tenga por abominación los más grandes sacrificios
y las mejores acciones que podamos hacer,
y la hora de nuestra muerte nos encontrará con las manos vacías de virtudes y méritos;
y no tendremos ni una chispa de ese amor puro
que sólo se comunica a las almas que han muerto a sí mismas
y cuya vida está escondida con Jesucristo en Dios.
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