El hospital

(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)

El dolor es un misterio que sólo puede ser explorado a la luz de la fe.

«El mal en el Mundo» no entraba en los designios de Dios. Al despreciar su Plan — el pecado — los hombres desequilibraron el hombre, el universo. Y dieron a luz el dolor.

Pero Cristo vino a nosotros para reparar el desorden. Del dolor inútil, Él ha hecho el objeto mismo de la Redención.

Él tomó en verdad sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros juzgamos que Dios le había castigado, herido y humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo que nos salva cayó sobre él y en sus llagas hemos sido curados.
(Is 53,4-5)

Esta tarde he ido a visitar a un enfermo al hospital.

De pabellón en pabellón he tenido que recorrer esta ciudad del dolor, adivinando los dramas que escondían los blancos muros y camuflaban las flores del jardín.

He atravesado la primera sala.

Yo iba de puntillas en busca del enfermo, rozando con la mirada a los yacentes como el enfermero toca con mimo una llaga para no hacer daño.

Y me sentía molesto
como un extraño perdido en un templo misterioso, como un pagano en la nave de una iglesia.
Al fondo de la segunda sala encontré a mi enfermo, y ya ante él, hablé aturullado, sin saber qué decir.

Señor, el sufrimiento me fastidia, me angustia,
no comprendo por qué Tú lo autorizas.
¿Por qué, Señor?
¿Por qué este pequeño inocente que gime desde hace una semana, abrasado atrozmente?
¿Por qué este hombre que lleva tres días agonizando y tres noches llamando a su madre?
¿Por qué esta mujer cancerosa que en un mes ha envejecido más que en diez años?
¿Por qué este obrero caído del andamio, muñeco destrozado de apenas veinte años?
¿Por qué este extranjero, pobre despojo solitario, que no es más que una llaga purulenta?
¿Y esta muchacha enyesada, tendida sobre una tabla desde hace más de treinta años?
¿Por qué, Señor?

No lo entiendo.
¿Por qué este dolor en el mundo
este dolor que choca
que tapona la vida,
que enfurece
y destroza?
¿Por qué este monstruoso y repugnante dolor que golpea a ciegas, sin andarse con explicaciones, se abate injustamente sobre el bueno y el malo?
A veces parece retroceder ante el empuje de la ciencia, pero vuelve a la carga con otra careta, más potente y sutil.

No, no lo entiendo.
El dolor es odioso, y me da miedo.
¿Y por qué, Señor, éstos y no otros?
¿Por qué ellos y no yo?

Pequeño mío: no fui Yo, tu Dios, quien quiso el dolor, sino los hombres.
Ellos lo introdujeron en el mundo al abrir la puerta al pecado,
pues el pecado es un desorden y del desorden nace el mal.
A todo pecado —¡fíjate!— corresponde en algún lugar del mundo y del tiempo un dolor, y cuantos más pecados hay, más sufrimientos.
Pero piensa también que Yo he venido y tomé vuestras penas lo mismo que tomé vuestros pecados.
Yo las acepté y las sufrí antes que vosotros.
Y las he vuelto del revés como un guante, las he transfigurado.
Yo las he convertido en un tesoro.
Ellas son un mal aún, pero un mal que sirve.
De vuestros sufrimientos Yo he hecho la Redención.