Mateo 11,2-11: Dichoso el que no se sienta defraudado por mí


En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos:
-¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? 
Jesús les respondió:
-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti.»
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.

REFLEXIÓN (de la homilía del Papa Juan Pablo II del Domingo 16 de diciembre de 2001):

"El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa" (Is 35, 1).

Una insistente invitación a la alegría caracteriza la liturgia de este tercer domingo de Adviento, llamado domingo "Gaudete", porque precisamente "Gaudete" es la primera palabra de la antífona de entrada. "Regocijaos", "alegraos". Además de la vigilancia, la oración y la caridad, el Adviento nos invita a la alegría y al gozo, porque ya es inminente el encuentro con el Salvador.

En la primera lectura, que acabamos de escuchar, encontramos un verdadero himno a la alegría. El profeta Isaías anuncia las maravillas que el Señor realizará en favor de su pueblo, liberándolo de la esclavitud y conduciéndolo de nuevo a su patria. Con su venida, se realizará un éxodo nuevo y más importante, que hará revivir plenamente la alegría de la comunión con Dios.

Para los que están desanimados y han perdido la esperanza resuena la "buena nueva" de la salvación:  "Gozo y alegría seguirán a los rescatados del Señor. Pena y aflicción se alejarán".

"Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios. (...) Viene a salvaros" (Is 35, 4). ¡Cuánta confianza infunde esta profecía mesiánica, que permite vislumbrar la verdadera y definitiva liberación, realizada por Jesucristo. En efecto, en la página evangélica que ha sido proclamada en nuestra asamblea, Jesús, respondiendo a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, se aplica a sí mismo lo que había afirmado Isaías:  él es el Mesías esperado:  "Id a anunciar a Juan -dice- lo que estáis viendo y oyendo:  los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena nueva" (Mt 11, 4-5).

Aquí radica la razón profunda de nuestra alegría:  en Cristo se cumplió el tiempo de la espera. Dios realizó finalmente la salvación para todo hombre y para la humanidad entera. Con esta íntima convicción nos preparamos para celebrar la fiesta de la santa Navidad, acontecimiento extraordinario que vuelve a encender en nuestro corazón la esperanza y el gozo espiritual.

 "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor" (St 5, 7).

El Adviento nos invita a la alegría, pero, al mismo tiempo, nos exhorta a esperar con paciencia la venida ya próxima del Salvador. Nos exhorta a no desalentarnos, superando todo tipo  de adversidades, con la certeza de que el Señor no tardará en venir.

Esta paciencia vigilante, como subraya el apóstol Santiago en la segunda lectura, favorece la consolidación de sentimientos fraternos en la comunidad cristiana. Al reconocerse humildes, pobres y necesitados de la ayuda de Dios, los creyentes se unen para acoger a su Mesías que está a punto de venir. Vendrá en el silencio, en la humildad y en la pobreza del pesebre, y a quien le abra el corazón le traerá su alegría.

Por tanto, avancemos con alegría y generosidad hacia la Navidad. Hagamos nuestros los sentimientos de María, que esperó en oración y en silencio al Redentor y preparó con cuidado su nacimiento en Belén. ¡Feliz Navidad!

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