En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
-Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.»
Y el Señor respondió:
-Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
REFLEXIÓN (de los sermones de San Agustín):
La lectura del santo Evangelio nos impulsa a orar y a creer y a no presumir de nosotros, sino del Señor. ¿Qué mejor exhortación a la oración que el que se nos haya propuesto esta parábola sobre el juez inicuo? Un juez inicuo, que ni temía a Dios ni respetaba al hombre, escuchó, sin embargo, a una viuda que le importunaba, vencido por el hastío, no movido por la piedad.
Si, pues, escuchó quien no soportaba el que se le suplicase, ¿de qué manera escuchará quien nos exhorta a que oremos? Después de habernos persuadido el Señor mediante esta comparación, con un argumento por contraste, de que conviene orar siempre y no desfallecer, añadió lo siguiente: Sin embargo, ¿crees que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra? Si la fe flaquea, la oración perece.
¿Quién hay que ore si no cree? Por esto, el bienaventurado Apóstol, exhortando a orar, decía: Cualquiera que invocare el nombre del Señor, será salvo. Y para mostrar que la fe es la fuente de la oración y que no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua, añadió: ¿Cómo van a invocar a Aquel en quien no creyeron? Creamos, pues, para poder orar. Y para que no decaiga la fe mediante la cual oramos, oremos.
De la fe fluye la oración; y la oración que fluye suplica firmeza para la misma fe. Para que la fe no decayese en medio de las tentaciones, dijo el Señor: Vigilad y orad para que no entréis en tentación. Vigilad, dijo, y orad para que no entréis en tentación. ¿Qué es entrar en tentación sino salirse de la fe? En tanto avanza la tentación en cuanto decae la fe. En tanto decae la tentación en cuanto avanza la fe.
Mas para que vuestra caridad vea más claramente que el Señor dijo: Vigilad y orad para que no entréis en tentación, refiriéndose a la fe, para que no decayese ni pereciese, dice el Evangelio en el mismo lugar: Esta noche pidió Satanás ahecharos como trigo; yo he rogado por ti, Pedro, para que tu fe no decaiga. ¿Ruega quien defiende, y no ruega quien se halla en peligro?
Las palabras del Señor: ¿Creéis que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra? se refieren a la fe perfecta. Esta apenas se encuentra en la tierra. La Iglesia de Dios está llena de ella; si no existiese fe ninguna, ¿quién se acercaría a ella? ¿Quién no trasladaría los montes si la fe fuese plena?
Pon tu atención en los mismos apóstoles. No hubiesen seguido al Señor, tras haber abandonado todo y pisoteado toda esperanza humana, si no hubiesen poseído una gran fe. Por otra parte, si hubiesen tenido una fe plena, no habrían dicho al Señor: Auméntanos la fe.
Piensa también en aquel otro que confesaba respecto a sí mismo una y otra cosa; considera su fe y la no plenitud de la misma. Habiendo presentado a su hijo al Señor para que se lo sanase, al ser interrogado si creía, contestó afirmando: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad. Creo, dijo; creo, Señor: luego existe la fe. Pero ayuda mi incredulidad: luego no es plena la fe.
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