Cuando te imaginaba más cercano,
Qué lejos de ti estaba, Señor mío.
Cuando sentía hambre y sed y frío
Y distancia de Ti, tú de tu mano
me tenías, Señor. Ese es tu arcano
misterioso. Y yo, mi pensamiento impío,
no creía ni en mí. ¿Libre albedrío?
¡Ensueño de una noche de verano!
Mas de pronto surgiste. Tú, solemne,
mostrándome las llagas, como hiciste
con Tomás el incrédulo, conmigo.
Y te di gracias por salvarme indemne
de tanta ceguedad en que me hundiste
para alzarme al final, Señor, mi Amigo.